Capítulo 7: Cansancio

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Sebastián abrió los ojos ante el primer ruido que la alarma emitió, bostezó y se desperezó. Hizo un gesto al percibir su mal aliento, frotó sus ojos con ahínco al sentirlos irritados. 

Corrió al baño y se dio cuenta que era demasiado tarde para hacer algo, sus ojos estaban rojos y sus lentillas le lastimaban, se las quito con renuencia. Habían pasado días desde que se las había quitado para descansar, Sebastián olvidaba constantemente hacerlo y odiaba hacerlo. 

Se miró al espejo y vio lo único que la familia de su padre le dejó, o mejor dicho que su padre le heredó, según lo que su madre le había dicho. Heterocromía, poseía un ojo gris y el otro de miel, un ojo como las nubes cuando se acerca una tormenta y el otro como oro fundido. Él usaba las lentillas no porque tuviese una mala visión sino por aquellos ojos dispares, era difícil hablar con las personas cuando no prestaban atención por quedar embelesadas con aquellos ojos desiguales, y lo que era aún peor, le recordaban el abandono de su padre.

Su madre no le había dicho las cosas tal cual, después de todo ¿Qué madre le diría a su hijo que su padre no los quiere? Ninguna. Y Rebecca era por mucho una buena mujer. 

Dejó de repudiar sus ojos y se metió a la ducha, deseando y esperando que sus ojos no estuviesen rojos para cuando saliera. 

Se vistió y sólo entonces volvió al espejo, sus ojos no estaban tan rojos como al inicio, se colocó las lentillas y bajó a tomar un ligero desayuno.

– Buenos días – lo saludó su madre cuando le puso el plato con fruta enfrente.

– Buenos días – murmuró sin verla a los ojos. 

Su madre no lo pasó por alto y le agarró el mentón alzándolo. 

– No te has quitado esas lentillas – no fue una pregunta – tus ojos están irritados, quitátelas – la última palabra fue una orden. 

Sebastián obedeció y guardó sus lentillas en el estuche, que a su vez lo metió en los bolsillos de su uniforme.

– No señor – le dijo su mamá – dame esas lentillas. No entiendo porque detestas tus ojos. 

Sebastián no contestó y se dedicó a comer la fruta que su madre amablemente había picado para él. 

Se despidió de su madre, cogió su mochila y se dirigió a la parada de autobuses. Abordó el que le correspondía y cuando estuvo lo más cerca de su escuela, bajó.

Asistió a todas sus clases correspondientes, había un par de ellas que compartía con Dylan, dudó unos minutos antes de entrar a esas, pero al final lo hizo; con la mentalidad que Dylan no era nadie para hacerlo huir y desperdiciar una oportunidad como aquella. 

En el entrenamiento tampoco lo vio. Y Sebastián se descubrió a sí mismo descepcionado, y deseando que Dylan apareciera de la nada. No lo hizo. Suspiró, al menos sus ojos habían pasado desapercibidos para la mayoría. 

Al llegar a casa su madre, para sorpresa de él, estaba cocinando.

– Buenas tardes – la saludó.

¿Pero que hacía ella en casa? Debería estar trabajando, no era que le desagradara tenerla en casa pero se había sorprendido. 

– ¿Cómo te fue en la escuela cariño? 

– Bien – contestó lo más entusiasta que pudo. – ¿Por qué estás aquí? 

– En el trabajo me dieron el día – le respondió. 

Sebastián fue a su cuarto, se cambió y regresó a la cocina; no tenía tarea y su madre casi no estaba en casa, así que decidió estar con ella. 

NO OLVIDES [Gay/Yaoi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora