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Anita corría por los jardines feliz con su nuevo cachorro, su padre se lo había dado el día anterior

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Anita corría por los jardines feliz con su nuevo cachorro, su padre se lo había dado el día anterior.

Ella no sabía su procedencia, por lo que no tenía remordimiento de jugar con él en la mansión.

Un pequeño rubio la observaba desde un banco.

–¿Quieres jugar?– le invitó ella. Pero el chico negó con la cabeza.

La castaña cargó al perrito y se sentó junto a él.

–¿Cómo te llamas?–preguntó al niño.

–Soy Shuu–respondió desganado.

–Yo soy Ana, pero los demás niños me llaman Anita-chan. Y él es Sammy–movió la pata del perrito como saludo.

Shuu tomó al perrito y le observó en silencio.

–¿Por qué tu mami no los deja jugar con nosotros?– siguió interrogando la niña.

–No lo sé, tampoco me deja ir con mi mejor amigo–le miró triste.

–Todas las mami aquí son raras. La mamá de Raitito, Kanatito y Ayatito, me da miedo y le hace cosas malas a Raitito. –señaló al pequeño asomado en la ventana con los ojos llenos de lágrimas– Y la de subarín, tampoco lo quiere.

–Y Padre, nunca nos cuida– suspiró el rubio y ahrazó al cachorro.

–Si mi mamita no estuviera enferma, los llevaría a mi casa, ella si nos cuidaría y jugaría con nosotros.– ella bajó al perrito y se paró frente a Shuu nuevamente– ¿Y quién es tu amigo?

–Es un chico de la aldea cercana, se llama Edgar.

–¿Podemos ir con él?

–¡Shuu, ven acá!– gritó Beatrix– ¡Es hora del té!

–Tenego que irme– el pequeño se levantó y fue corriendo hacia donde estaba su madre.

–Si que dan miedo sus mamis– dijo Anita a Sammy.

Ella cargó al perrito y fue hasta la habitación de Raito.

Tocó a la puerta, pero no recibió respuesta.

–Abre, tengo un amigo que presentarte– dijo pegando su boca a la puerta, pero él no abrió.

–Anda, yo no puedo hacer la magia que tu haces de entrar sin abrir– hizo un puchero.

El chico al final abrió pero volvió corriendo a la ventana.

Anita soltó al cachorro y se tapó la boca al ver las grandes marcas de colmillos en el cuello y espalda de Raito.

–Por eso no quería que me vieras– dijo casi en un susurro.

Ella corrió a abrazarlo, y luego de unos momentos él recargó su cabeza en el hombro contrario.

Ella no podía comprender aquello. Su padre le había dicho que ellos eran diferentes, pero ¿Eran unos monstruos?
Esas marcas no las podía dejar mas que un monstruo.

Esa tarde no fue lo que ella esperaba, llena de sonrisas y juegos. La pasaron en silencio hasta que oscureció y ambos se quedaron dormidos acurrucados con el cachorro a un lado.

Lost innocence • Raito Sakamaki #BloodyClanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora