Capítulo 4 (Parte 3). Ataque y rescate.

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Hablaron amenamente durante un buen rato, andando por las calles solitarias del lugar, sin preocuparse de nada ni nadie. Las farolas con sus luces amarillas y naranjas eran lo único que alumbraba el sendero de la calle rústica que seguían. Ambos contaron cómo había ido su día. Muerte contó su experiencia con la alma mariposa y Vida contó la proeza que había realizado con la mujer y sus ocho hijos. Ambos rieron al contarse situaciones graciosas. Y por más extraño que pareciera, Vida no recordó en ningún momento al humano que se había encontrado en el pueblo. Estaba muy distraído hablando con su contraparte que se olvidó de todo a su alrededor.

- Bueno, supongo que ya es hora de irnos- comentó Muerte.

Habían llegado hasta la placeta de ese pueblo que estaba algo lejos del hospital.

El dios de piel verdosa, estuvo a punto de responderle cuando sintió que algo le alarmaba en su cabeza. Frunció el ceño algo confuso, puso sus dedos en la sien cambiando sus ojos normales por unos con obturador y un lente digital apareció en su ojo izquierdo. Al parecer, su parte mitad robot, estaba detectando unas plagas muy cerca de donde se hallaban.

- ¿Qué pasa Vida?- preguntó Muerte algo extrañado, se había adelantado unos cuantos metros del camino.

- Al parecer hay plagas cerca de aquí...- le contestó con voz seria, tratando de localizar de dónde provenían.

- Eso es muy raro... ¿Qué hacemos?- inquirió Muerte con el ceño ligeramente fruncido.

- No podemos dejarlas andar libres, eso es seguro-

Revisaba y buscaba desde dónde había recibido la advertencia. Buscó y buscó por varios segundos, hasta que un pitido y un círculo rojo dentro del pequeño lente le indicaban la señal de las plagas.

- Está a unos cuantos kilómetros cerca de aquí, en otro pueblo llamado...- se quedó mudo al ver el nombre del sitio, no podía ser, ¡¿cómo es que lo había olvidado?!

- ¿Vida?- Se acercó Muerte preocupado al ver su reacción. - ¿Qué sucede?- lo tomó por los hombros.

- Ya había visitado ese pueblo hoy...- contestó estupefacto. - En la tarde... se llama Le petit Argtong... ¡oh por Ithis! ¡Tenemos que ir rápido!-

Sujetó a Muerte del brazo y comenzó a correr en dirección contraria de donde iban, arrastrando al pobre Dios más alto por el camino de adoquines de esa localidad como si fuera un simple saco de papas. Muerte se sorprendió ante aquello y por el fuerte agarre de su contraparte.

- ¡Espera Vida, ¿por qué tanta prisa?!- dijo el dios de ojos ambarinos, preocupado y sorprendido por la actitud tan inesperada de su contrario.

- ¡Te lo explicaré después, ahora sígueme!-

Muerte asintió, inseguro de lo que pasaba y ambos se tele transportaron al sitio donde se hallaban las plagas.

...

El chico humano aún seguía deambulando por las calles de ese rústico pueblito, sin saber qué hacer o por lo menos a dónde ir. Se le había quitado el sueño desde hacía rato y lo único que le molestaba era el dolor de su cuello, además del intenso frío que estaba haciendo en esa oscura noche estrellada. En ocasiones trataba de calentarse con el abrigo que traía puesto, pero para él no era suficiente.

Llegó hasta una parada de autobús y se sentó en una banquita que estaba ahí. El vaho salió de su boca como humo de tabaco e intentó calentar sus congeladas manos.

- A este paso moriré de frío más que por no comer ni dormir- se quejó mentalmente, mientras se tallaba las manos en sus delgados pantalones de vestir.

Estaba empezando a odiar el frío, pero no podía culpar al clima. Había despertado en la peor estación del año para alguien como él, que estaba perdido y solo en un lugar desconocido.

Suspiró cansado y se recostó en la fría banca de madera.

- En verdad que soy un caso perdido- susurró para sí mismo.

No sé dónde estoy. Ni a dónde voy. Ni quién soy. La única ayuda que recibí, se fue y me dejó abandonado aquí. Supongo que nadie quisiera lidiar con algo así y menos con algún desconocido...

Hizo una mueca de disgusto y cambió de posición, aún recostado en la banca, pero esta vez viendo los miles de puntos que se hallaban en el cielo. Al parecer, las estrellas, eran las únicas amigas que podían acompañarlo en esa amarga y gélida noche.

- Ustedes son las únicas que me escuchan... buenas amigas. Espero y puedan ayudarme- confesó, intentando que alguna señal del cielo se hiciera presente para él. -O puedan acompañarme en esta larga noche...-

Miró el firmamento con la esperanza de que algo pasara, pero nada sucedió. Se desalentó al no ver una respuesta "divina" y mejor siguió contemplando el cielo negro. Era muy bello todo ese panorama, si se ponía a reflexionarlo un poco. Sin la luz de las grandes ciudades, se podían ver perfectamente todas las estrellas del universo. Cada una a miles de kilómetros de distancia desde donde él se hallaba. Él era tan insignificante y pequeño a los ojos del universo, era un pensamiento triste pero tan acertado.

Perdido en sus pensamientos, comenzó a sentirse de alguna manera más liviano y libre, sintiendo que flotaba. Entró en una especie de trance, donde veía el mismo paisaje nocturno, pero comenzaba a escuchar voces que le susurraban y lo calmaban.

Todo estará bien.

Dijo una de ellas.

Todo se volvió negro ante sus ojos. Sintió que su mente viajaba por un gran túnel sin final, hasta que hubo silencio... después unos pitidos, luego voces amortiguadas y por último máquinas zumbando a su alrededor.

No podía ver nada en toda esa oscuridad que le rodeaba, no obstante lograba escuchar todo con claridad.

Tienes que despertar.

Esta vez se escuchó la misma voz que en su sueño, pero esta se oía distinta, estaba más calmada y suave y algo ronca por tanto llorar.

- ¿Quién eres?- intentó decir pero nada salía de su boca. - ¡Alguien por favor, ayúdeme!-

Obtuvo el mismo resultado. No podía emitir sonido ni palabra. Estaba a punto de decir algo más con la esperanza de que lo escucharan, cuando logró discernir entre las dos voces un leve susurro:

Yo te amo... y necesito que despiertes.

Entre la Vida y la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora