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Kim Jong Hoon había trabajado muchos años como maestro particular. Muchos años de Universidad no fueron en vano, no iría a cualquier escuela a la que le pagaran mal. Sabía que sus dotes como maestro eran buenos, así que optó por maestro particular. Ganaba bastante bien y trabajaba cuando quería hacerlo, pero su prometida le había pedido ya muchas veces que consiguera un trabajo como maestro fijo. Claro, era fácil para ella decirlo cuando trabajaba en un colegio privado de los mejores.

Todo aquello cambió cuando su prometida se le acercó brincando y gritando.

"Oppa, te he conseguido el puesto en mi colegio. Te pagarán muy bien, el horario también es perfecto".

Tenía que admitir que aquella idea le parecía más que excelente, pero ¿hasta qué punto? Ah... Claro, hasta que la castaña con hoyuelos y absurdo atractivo sexual le sonriera con inocencia.

...

— Hoonie, hora de irnos. — Hye Rin asomó su cabeza por la puerta de su habitación.

— Claro, solo un segundo. —Estaba teniendo problemas para atar la molesta corbata. Su prometida sonrió con ternura y se acercó a él.

— Dejame ayudarte —plantó un beso en la punta de su nariz y le ayudó a anudarse la corbata a rayas que ella le había regalado. Jong Hoon le sonrió y con delicadeza plantó un beso en los labios de su prometida—. No estés nervioso.

— No lo estoy. —Mentira.

...

— Bueno, espera a que te dé la señal —Hye Rin guiñó uno de sus ojos juguetona— cuando te diga, entras y yo te presentaré a los chicos.

— Bien —asintió trantando de mostrarse seguro. Su prometida notó su nerviosismo y se acercó a él para dejar un beso sobre sus labios y acariciarle una de sus mejillas.

— Lo harás excelente. —Ella le sonrió con dulzura, dejando el corazón del chico un poco más tranquilo que antes.

Hye Rin dio la vuelta y comenzó a caminar directo al salón de clases.

“Bien Jong Hoon, no hay porqué estar nervioso. Son solo mocosos, no hay nada de qué preocuparse”. Llevaba diciéndose aquello desde ayer, jurando que aquello lo calmaria.

— Amor —Hye Rin asomó su cabeza y le sonrió— ven. —Jong Hoon respiró hondo varias veces antes de emprender camino hacia el salón de clases.

El camino hasta el salón le clases le pareció eterno, sus manos le sudaban y al mismo tiempo le temblaban. Sería su primer trabajo formal desde que salió de la Universidad.

— Bueno chicos, les presento a su nuevo profesor y mi futuro esposo; Kim Jong Hoon.

Una pequeña ovación de aplausos se escuchó, pero por alguna extraña razón sus ojos fueron a parar directo en aquella diminuta falda.

Justo en aquel momento una de las estudiantes se había agachado para recoger su lapiz. ¿Era inocente o lo hacía al propio? Ah... Inocencia. Jong Hoon lo supo al instante en el que ella separó sus piernas para alcanzar el lapiz con la punta de su pie.

Blanco.

— Amor —Hye Rin trató de llamar su atención al ver que no reaccionaba.

Blanco, blanco, blanco.

— Mi nombre es Kim Jong Hoon— reaccionó cuando su prometida le tocó el hombro—. Seré su nuevo profesor de biología. Espero que nos llevemos bien. —Una sonrisa, una referencia y su presentación había terminado.

La castaña del lapiz escribía algo en su cuaderno, haciendo que su rostro fuera ocultado por su cabello. No pudo verle el rostro, pero aquella imagen que le mostró fue suficiente.

— Tendrás clases hasta mañana amor —Hye Rin se acercó a él— te veré en casa. —La pelinegra depositó un delicado beso sobre la mejilla de su prometido.

Él asintió y aún mareado, salió del salón de clases.

Caminó con la imágen de la chica de cabello castaño y bragas blancas con corazones rosas en su mente. Se maldijo al sentir aquel hormigueo tan conocido en la zona baja de su cuerpo.

Las piernas bronceadas de la chica no salían de su mente y menos dejaban de jugar a endurecer su masculinadad.

Recordó con detalle como sus piernas se separaron, dejando a la vista lo apretadas que le quedaban aquellas bragas y lo mucho que las mismas apretaban su feminidad, volviendola un exquisito infierno de lujuria.

— Es una estudiante, maldición. —Se regañó así mismo en voz baja.

Caminó a casa determinado a olvidar tan simple escena y a concentrarse en su trabajo. Pero ¿a quién coño engañaba?

Al final del día terminó en la ducha con la misma imágen en su cabeza, un labio entre sus dientes y una de sus manos torturando deliciosamente su endurecido miembro.

Teacher, please.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora