26.

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Su respiración salía entrecortada a medida que se alejaba cada vez más de aquella casa. Miles de cuestionamientos hacían cabida en su cabeza, mientras que la misma no dejaba de voltear hacia atrás con temor de que todo fuese una ilusión, con temor de que aquel monstruo le persiguiera y el poder escapar no fuera mas que un sueño lejano.

Sus piernas flaqueron, haciéndola tropezar más de una vez. Sus ojos dolían y desde sus entrañas un dolor inexplicable comenzaba a invadirle todo el cuerpo, haciéndola sentir cansada.

Su mirada estaba pérdida y su respiración agitada. Todo se volvía negro y de pronto el temor la hacía correr en cualquier dirección. Los bordes de su mirada palpitaban al ritmo de su corazón, tornando cierta parte de su vista en un borroso negro.

Tiró su cabello hacia atrás cuando el mismo le invadió el rostro y con el cuerpo cansado miró a su alrededor.

Nada.

No conocía aquel lugar, pero se sentía mejor ahí. ¿Cuándo fue que su propia casa se convirtió en el lugar más peligroso para estar?

Tenía lapsos lúcidos y otros en los que simplemente no podía recordar nada. El corazón golpeaba tan fuerte que podía sentirlo en las costillas, provocando aquellas malditas náuseas. Su boca estaba seca y podía sentir su garganta cerrarse del asco por el conocido sabor a metal. Su cabeza daba vueltas y sus piernas no parecían querer andar mucho más.

Volvió en sí una vez más y se percató que estaba en un puente. Los autos que pasaban junto a ella solo le miraban raro o pretendían no hacerlo para no brindarle ayuda.

Se sujetó del borde de la baranda y por primera vez en la noche, sintió el frío. Su cuerpo se estremeció más fuerte conforme pasaba el tiempo, haciendo que todo este temblara involuntariamente y causara, por ende, más dolor. Pero sentía que si dejaba de sentir el frío acero entre sus dedos, si tan solo vacilaba en soltar la baranda, no sería capaz de mantenerse en pie y sus ojos se cerrarían al instante, lo sabía.

Fue cuando su quijada comenzó a golpear con tanta fuerza que el castañeo de sus dientes le hizo doler la cabeza aún más, que decidió comenzar a avanzar. No importa cuánto, si era mucho o poco o si el dolor no le dejaba siquiera pensar con claridad, tenía que avanzar. Tenía que alejarse porque su madre le había pedido correr, y eso haría.

Su cabeza dio un fuerte punzón que la hizo marearse en sobre manera y no supo bien si fue por escuchar aquella voz llamar a su nombre y el terror que esto le causó o si tan solo fue por todos los golpes que él le había propinado.

Pero entonces cuando lo vio, sus entrañas se removieron de forma dolorosa, haciendo que la sangre subiera por su ganganta y no pudiera retenerlo más. El líquido rojo manchó la acera, haciendo que  algunas gotas cayeran sobre su tostada piel.

Su vista solo enfocaba sus zapatos de una manera borrosa, pero fue cuando vislumbró otro par de zapatos totalmente impecables y bien lustrados que sintió el pánico recorrerle el cuerpo. Aquella voz la arrastró de nuevo a la maldita realidad.

De nuevo un pitido agudo la ensordecio, volviendo su vista cada vez más inestable. Lo último que recuerda son aquel par de ojos preocupados y unos gritos que nisiquiera llegó a escuchar.

Frío fue lo que sintió antes de que sus ojos se cerran por completo. Y solo cuando lo hicieron, se sintió en paz.

¿Había corrido lo suficiente?

Teacher, please.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora