El indicado

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—¿Empacaras algún traje de baño?

April dirige su atención a la pregunta de su amiga Michelle Kim, quien estaba sentada en su cama con una pierna cruzada sobre la otra. Le muestra el bikini verde oliva, que luego coloca dentro de la maleta.

—Sólo en caso de que tenga la oportunidad de broncearme.

Saca del armario un bonito vestido rojo, sin tirantes y con falda plisada, que cuando lo usaba, resaltaba su bonita figura. Lo inspecciona con cuidado, pero tras unos segundos de meditar si llevarlo o no, lo devuelve a su lugar.

—No quieres tentar a Nathan —apunta su amiga.

—Lo conozco desde hace mucho, no pienses en mí como si fuera al frente de batalla.

—Lo digo por tu forma de ser; eres dura en el trabajo como en tu vida personal, pensé que tal vez sería difícil para ti dar ese paso con él.

—Me gusta mucho más que aquel aspirante a escritor que conocí en Boston.

—Apoyo la libertad sexual, pero eso de sacarte la espina de que Nathan saliera con aquella morena, pues...

Faltaba un mes para que éste regresara de Inglaterra y que ella viajara a Boston para tomar un curso de nutrición deportiva. Como no pudo viajar a visitarlo como él se lo propuso varias veces, decidió que avanzarían de ser amigos a otra cosa tan pronto regresara. Y si el amor entraba en la ecuación, le pediría que fueran novios.

Pero a veces las cosas no suelen ocurrir como uno espera. Dos semanas antes de su regreso, le llegó el rumor de que Nathan salía con otra; Michelle estaba con ella cuando vio en el Facebook de un amigo en común, las fotos de él besando a una morena despampanante, en un pub en Irlanda donde habían ido a pasar el fin de semana. Se le revolvió el estomago de solo imaginar lo que estuvieron haciendo.

Adelantó su marcha a Boston y allí conoció a Eddie, el consejero del dormitorio donde ella se hospedaría, y fiel admirador de Stephen King. Encontró que tenían cosas en común, pasaban juntos los viernes con su grupo de amigos, viendo los partidos de baloncesto de los Celtics. Una noche les tocó ver el juego de final de temporada solos, un beso en el cuello la llevo a dejarse tocar por debajo de la ropa, y terminó desnuda en su estrecha y desordenada cama. Poco podía recordar porque la cerveza se le había subido a la cabeza, pero si estaba segura que había tenido sexo por primera vez, pero sin los fuegos artificiales que sus compañeras de facultad tanto le platicaron.

Nathan llamó al final de ese mes para disculparse, al saber la razón de su negativa de hablar con él. No le dijo que se acostó con otro, pero se prometió a si misma que si en algún punto de sus vidas se volvían a encontrar y se gustaban, lo intentaría.

—¿Despecho? Jamás, estaba un poco ebria.

—¿Un poco? —dijo Michelle arqueando una ceja.

—Ya no hablemos del tema —coloca en la maleta, un par de sandalias planas junto a los zapatos de tacón alto—. Solo me importa el viaje con Nathan.

—El hombre perfecto, guapo, atlético y excelente cirujano, me gustaría encontrar a alguien como él que se haga cargo de mí y me trate como una reina. Te lleva a cenar, bailar y al teatro, no entiendo por qué le das largas a aceptar ser su novia.

—Será formal cuando sienta que deba ser asi.

—¿Lo amas?

—¿Por qué preguntas?

—Porque parece que sólo te gusta —los escrutadores y alargados ojos de Michelle no perdían de vista su reacción—. Y el amor es algo más que un rostro atractivo y un cuerpo increíble.

En las profundidades del océanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora