Prologo

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En algún lugar del Atlántico Norte

Eran las 4 de la mañana y ya se encontraba separando las sogas, que sostenían la red de cerco al sistema hidráulico que transportaba la captura de peces a la cubierta. Para mantenerse despierto durante la faena y ayudar a palear el frio, había bebido tres tazas de café negro y sin azúcar.

Dos horas después, con el cuerpo agotado y los dedos llenos de ampollas, enciende un cigarro y se sienta a contemplar el mar tranquilo, con el cielo tan claro que no se vislumbraban nubes de tormenta. Agradeció en silencio, que al menos por una horas, su estomago pudiera descansar del fuerte movimiento cuando entraban a alguna zona agitada. En su segunda noche a bordo, comió una doble ración de pollo y patatas que terminó vomitando por uno de los costados del barco. Ni siquiera la primera vez que se emborracho a los 15, por beber una extraña combinación de cerveza negra y tequila, tuvo tantas arcadas en una noche.

Frunció el entrecejo ante un repentino dolor, y tocó el morado que se extendía por buena parte del pómulo. También el corte en el antebrazo izquierdo, enrojecido en los bordes y aun sin sanar del todo.

—Chico, ¿tienes otro?

Un hombre alto y de fuerte pecho, cuya barba gris le llegaba a la mitad del cuello, se sentó junto a él. Cogió el cigarro de manos del chico y lo puso entre los labios; unos profundos surcos se delinearon en sus rasgos duros y visiblemente curtidos.

—Ve a descansar —dijo con voz grave—. Eres más útil entero que con el cuerpo fatigado.

—No puedo —repuso el chico quitándose el gorro de lana, una espesa maraña de pelo marrón, cayó sobre sus hombros hundidos—. Necesito mantener la mente ocupada, capitán —dijo pasando los dedos sucios por su nuca.

El capitán apunta con un gesto de cabeza hacia uno de los hombres, que afanado, ajustaba la red a una de las boyas. Hacia frio pero sudaba a chorros, y los anchos brazos parecían que iban a reventar por el excesivo esfuerzo. Entre el hombro y el codo, tenia tatuado una combinación de números y letras, poco legibles a distancia.

—Son los nombres y fechas de nacimiento de sus tres hijos —dijo el capitán, previendo la pregunta del chico—. Trabaja para mí desde que su esposa lo echó de su casa, por meterse en deudas de juego.

El chico exhala, su aliento se condensa en un vaho frío cerca de su boca.

—La mayoría de los que trabajan aquí, lo hacen para expiar sus culpas —el capitán dio otra calada al filtro, mirando el horizonte—. Tendremos lluvia esta noche.

El eco de una voz, fina y angustiosa, resuena en la cabeza del chico; cada vez que le sucedía sentía que las sienes se le abrirían. Era mucho el peso de lo que se asomaba por su cabeza, con los rostros borrosos, y la dueña de aquella voz.

« Miserable »

—Esa chica... —cierra los ojos y se frota la sien, tratando de disipar la molestia.

—Puede que el océano te devuelva esos recuerdos —dijo el capitán.

—De verdad... espero que me perdone.

En las profundidades del océanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora