Capítulo 1: Alarido espectral

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Primera parte: Tamara

Una historia de amor, misterio y magia

Una historia de amor, misterio y magia

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Nuevamente, estaba dando vueltas en la cama. Era la quinta noche en la que no podía dormir bien. Cada vez que lograba conciliar el sueño, me despertaba un maullido desgarrador. Quizás fuese algún gato perdido. Pensé en salir para ver si lograba encontrarlo. No lo había visto aún, pero el ruido me estaba volviendo loca. A medida que pasaban los minutos, lo oía más fuerte y cercano. Seguramente, el cansancio hacía que mis nervios estuviesen jugándome una mala pasada, después de tantos días sin poder descansar bien.

No me explicaba cómo un gato había logrado llegar hasta allí, a la casa de mi abuela, que estaba en el medio de una de las numerosas islas del Delta. Esta era pequeña y estaba perdida entre tantas otras. La rodeaban pequeños canales y un sinnúmero de arroyos. Para salir de allí, debíamos hacerlo en una lancha. Además, no había vecinos cerca porque toda la isla era de mi familia y el brazo principal del río estaba bastante lejos.

Generalmente, se oía el silencio y solo el silencio. Desde siempre, lo consideraba una de las poesías más bellas de la naturaleza y por eso y por lo mucho que yo quería a mi abuela había ido a pasar las vacaciones con ella. Mientras tanto, mis padres buscaban una nueva casa en la Ciudad de Buenos Aires.

Hasta ese momento, estábamos viviendo en las afueras, pero mi papá había conseguido un nuevo trabajo en el centro y se encontraba a muchos kilómetros de donde habitábamos ahora. Sabía que iba a extrañar a todos mis amigos y a mi escuela, ya que también me iban a cambiar.

Quizás toda la ansiedad que tenía era la causa por la cual no podía conciliar el sueño. Pensé en levantarme e ir a buscar un plato con leche para darle a ese molesto gato. Tal vez tuviese hambre y por eso lloraba. Imaginé que podía haber llegado sobre algún leño accidentalmente. Si había sido así, era casi un milagro que estuviese con vida, ya que la corriente era muy traicionera.

El río siempre se comportaba como un animal salvaje. Podía ser pacífico y tranquilo, como también el más fuerte y bravío, dependiendo del día y del viento. Estas eran cosas que fui aprendiendo después de quince años de pasar todos los veranos en la isla. Nadie puede estar seguro de cómo va a comportarse la naturaleza. Así, aprendí desde pequeña a respetarla, a temerle y a amarla.

Estaba convencida de que quedaba algo de leche en la heladera. Pensé que sería mejor calentarla un poco. No quería que le hiciera mal al animal si estaba muy fría. Como el llanto era semejante al de un niño pequeño, era posible que se tratase de un cachorro. Creí que si así era, tal vez me hubiesen dejado quedarme con él y Samanta, la gata de mi abuela, lo hubiese podido cuidar.

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