Capítulo 59: El lamento de las banshees

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Me encontraba hecho un ovillo en el fondo de la canoa que me transportaba hacia un destino incierto y tenebroso. Las pesadillas se alternaban con una realidad aún más aterradora y durante los intermitentes momentos de lucidez me sentía mareado y embotado. Lo atribuía a la pérdida de sangre, aunque no podía descartar que me hubiesen suministrado algún tipo de droga o bien que me hubieran hechizado de alguna forma.

Era imposible saber cuánto tiempo habíamos estado viajando, pero ya era noche cerrada cuando llegamos a tierra firme. Sin fuerzas para resistirme, dejé que dos hombres me levantaran y me llevasen a través de un bosque que me resultaba vagamente familiar.

El séquito de magos y brujas leales a mi madre me escoltaba portando velas negras encendidas. Era casi imposible seguir el hilo de las conversaciones, pero la emoción que les producía mi inminente sacrificio parecía ser el motivo de tanto revuelo.

—No puedo creer que la hayan mantenido engañada durante tantos años. No me gustaría estar en el lugar de Andrés ni en el del muchacho —dijo en voz baja alguien a pocos pasos de mí.

—¡Cuidado! Podría escucharte —lo reprendió su compañera.

Me dejaron caer de espaldas y un torrente de dolor se extendió desde mi hombro dislocado hacia mi espalda. Me rodeaban unas veinte personas. La más joven era Cristina, que permanecía de pie junto a Amaia. Ambas tenían el semblante sereno e inmutable. Los demás eran hombres y mujeres de distintas edades. Nadie parecía perturbado con la situación.

Entre los árboles distinguí las ruinas de piedra en donde mis amigos y yo habíamos intentado comunicarnos con los espíritus guiados por Tamara. Me parecía que aquello había sucedido hacía siglos. Ahora, posiblemente ellos estarían muertos. Aquella construcción maldita sería testigo de mi final y la isla Huemul se convertiría en mi tumba.

Mi madre dio una señal y los hombres que me habían cargado hasta allí me desataron. Saqué fuerzas de la nada para intentar escapar, pero me redujeron enseguida. Alguien colocó estacas en el suelo y me ataron a ellas con las piernas juntas y los brazos extendidos. Barajé la posibilidad de que fueran a crucificarme y comencé a gritar con todas mis fuerzas. La boca y la garganta se me llenaron de cenizas, pero no me detuve.

Alguien rasgó mi remera para dejar expuestos mi pecho y mi vientre. Esperaba que mi muerte no resultara demasiado dolorosa. Sin embargo, cada vez que cerraba los ojos, veía las imágenes de mi cuerpo desgarrado.

Sentí como si una fuerza invisible intentase estrangularme y se me quebró la voz hasta que ya no pude emitir ningún sonido. Las cenizas caían sobre mis ojos y hacían casi imposible que pudiera mantenerlos abiertos.

—Le robaste dieciséis años de vida a la muerte misma. Es justo que pagues por tu ofensa sirviéndola durante toda la eternidad. Aquel que controle la muerte tendrá dominio sobre la vida y hoy la muerte está de mi lado —sentenció Amaia.

Se arrodilló a mi lado con una daga en las manos. Apreté fuerte los ojos convencido de que iba a apuñalarme. Sin embargo, fue deslizando muy despacio el filo del cuchillo por mi torso trazando el dibujo de una estrella de cinco puntas rodeada por un círculo.

No comprendí a qué se refería mi madre con sus palabras hasta que escuché los lamentos de las banshees. Siempre me habían atraído y asustado como solo lo oculto puede hacerlo. Parecía ser un juego del destino que me convirtieran en una de ellas. Imaginé cómo sería mi existencia a partir de ese momento. Vagando en la oscuridad de la noche para alimentarme del miedo a la muerte. Esclavizado por siempre sin obtener el descanso eterno ni la oportunidad de reencarnar en otra vida. Respondiendo eternamente a los deseos de la mujer que me dio la vida solo para privarme de ella.

Guiados por mi madre, todos los presentes comenzaron a recitar palabras para atraer a las banshees. Nunca había sentido tanto miedo. Recuperé la voz y pedí piedad por mi vida, pero mis palabras fueron acalladas por los llantos que parecían formar una triste melodía.

Estaban cada vez más cerca. Veía sus siluetas acercarse desde todos los rincones del bosque. De todas partes llegaban decenas de espectros blancos con las facciones deformadas por el dolor. Lloraban en el desconsuelo de una agonía eterna.

Volví a gritar, pero el único resultado fue sentir cómo las cenizas se filtraban en mi boca e irritaban mi garganta. Un ataque de tos me obligó a detenerme. El calor de mi sangre parecía quemar mi piel helada. El pecho y los pulmones me dolían como nunca antes. Gritaba con todas mis fuerzas, pero el sonido parecía perderse y unirse al lamento de las banshees. Entonces lo supe. Todo estaba perdido.

 Todo estaba perdido

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