DISPONIBLE EN AMAZON EN E-BOOK Y EN PAPEL
«El poder oculto» es una historia de amor, misterio y magia. La joven Tamara heredará los conocimientos mágicos que su abuela volcó en un antiguo libro. Junto a Esteban, su oscuro compañero, se verá envuelt...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Los magos y las brujas que integraban el séquito de mi madre se arrodillaron y colocaron sus velas junto a ellos. Algunos me observaban con muecas de satisfacción o curiosidad, mientras que otros contemplaban a las banshees que estaban cada vez más cerca. Todos serían cómplices de mi final y no había ningún rastro de remordimiento en sus ojos. Mi nombre no sería más que un recuerdo al amanecer y mi ser sufriría la más cruel de las metamorfosis.
Los esbirros de la muerte atravesaron el aquelarre hasta llegar hasta su objetivo: yo. Estaba paralizado y ni siquiera era capaz de seguir gritando. Las cenizas no tenían piedad y mis lágrimas se convertían en arena sin salir de mis ojos. Casi no podía ver ni respirar, pero me aferraba a la vida con todo mi ser porque era lo único que me quedaba.
A través del cuerpo etéreo de uno de los espectros, observé cómo Cristina se ponía de pie. Al ser tan pequeña pasó desapercibida. Todos los ojos estaban puestos en mí y en las banshees que casi rozaban mi piel.
Recordé el ritual que Tamara y yo habíamos hecho. En nuestro rito de amor, cubiertos de sangre, Tamara había pedido protección para mí, pero también para Crisy. Quizás yo no tenía fuerzas para enfrentarme a Amaia, pero una pequeña chispa de esperanza afloraba en mi interior. Cristina y yo teníamos una enemiga en común. Era solo una niña, pero quizás tuviera el poder para ayudarme de alguna forma.
Me miró a los ojos y asintió con la cabeza. Tal vez, si tenía suerte, ella podría acabar con mi vida antes de que las banshees tomaran control sobre mi alma. Sin embargo, los planes de mi hermana eran muy diferentes.
Cristina se desprendió de su sombra que ganó altura y corporeidad. El ente de oscuridad que la niña controlaba hizo una señal y las banshees detuvieron su marcha.
—¡Por favor, no lo hagas! —le rogó Amaia a Cristina.
Las damas de la muerte giraron sobre sí mismas sin dejar de llorar y se volvieron contra el grupo oscuro de mi madre. Algunos magos y brujas intentaron huir, pero uno a uno fueron cayendo tomándose el pecho y con expresiones de dolor. Incluso Amaia, a quien suponían aliada de la muerte, cayó sin vida. Tal vez ella nunca había tenido control sobre las banshees. Sin embargo, aquellos seres respondían a los deseos de Cristina.
Mi hermana permanecía de pie en medio de los cuerpos inertes con una expresión indescifrable en el rostro. Una vez que cumplieron su misión, las banshees se marcharon deslizándose al ras del suelo de la misma forma que habían llegado. Se adentraron en el bosque y su llanto se fue escuchando cada vez más lejano.
Cristina se arrodilló a mi lado y desató uno de mis brazos lo más rápido que sus pequeñas manos lo permitían. Temblando me deshice de las cuerdas que me apresaban y una vez libre retrocedí arrastrándome en la tierra hasta quedar sentado con la espalda apoyada contra un pino. La mayoría de las velas permanecían encendidas y dibujaban luces y sombras en los cadáveres del extinto aquelarre.