Capítulo 27: El pasado

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La luna llena brillaba en un cielo salpicado de estrellas. Sentí que los portales cósmicos volverían a abrirse, pues intuía que un sueño revelador se aproximaba.

Samanta estaba muy inquieta. Antes de acostarme encendí velas e inciensos para los elementales y les pedí que velasen por Teby y por mí durante la noche. Mi presentimiento era cada vez más fuerte, sabía inconscientemente que nuestras vidas cambiarían nuevamente, aún más de lo que ya lo habían hecho.

El calendario lunar señalaba esa noche como la de las revelaciones. Mis conjuros volverían a mostrarme la verdad. Sentía que desde siempre una fuerza oculta me unía a Esteban. Sabía que, aun estando lejos, estábamos ligados y que él pensaba en mí como yo en él. Aunque no debía hacerlo, no podía dejar de quererlo. Deseaba ayudarlo a buscar su identidad, sin importarme que estuviese o no a mi lado. Anhelaba verlo feliz.

Cada vez estaba más segura de que no solo él me necesitaba a mí, sino que yo también lo necesitaba, ya que las clandestinas fuerzas oscuras eran manejadas por personas sin escrúpulos. El mundo había dejado de creer, pero las pocas personas que aún utilizaban la magia no estaban exactamente del lado del bien. Además, pensaba que averiguando sobre el pasado de Teby, tendría algún indicio para revelar su identidad o la de los asesinos de mi abuela. Tenía que haber alguna conexión.

Mientras las velas aún ardían y jugaban formando extraños dibujos en las paredes, caí en un profundo sueño.

Me encontraba sentada en un columpio antiguo que se mecía con el viento marino. Veía cómo las olas golpeaban bajo mis pies. Estaba absolutamente sola en medio del océano. A mi alrededor sólo se veía agua y las cadenas que sostenían el columpio eran infinitamente largas y se perdían en un cielo cubierto de oscuras nubes grises.

Al igual que en otros de mis sueños, mi vestido medieval negro con detalles rojos se cubría con una larga capa también negra. Podía sentir el viento marino despeinar mis rizos dorados y ni emociones ni temores se manifestaban en mí en ese momento.

Sentí una mano que se cerraba sobre mi hombro derecho, torne mi cabeza hacia atrás y me encontré con mi abuela. No me sorprendí al verla y no me pregunté cómo había llegado allí, ni cómo no se hundía en el mar o por qué yo sentía que todo era tan normal.

—Guíame —susurré:

—Nadie puede vernos. Toma mi mano. Voy a mostrarte el pasado. Lo que vas a ver sucedió hace más de quince años, cuando todavía no habías nacido —respondió.

A mi alrededor, después de un instante de total oscuridad, la brisa cesó. El mar completamente calmado se convirtió en un metal líquido del cual comenzaron a surgir figuras tridimensionales como si se tratase de un enorme estereograma.

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