Capítulo 57: La erupción

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Tamara se había marchado en mitad de la noche tan sigilosa como una sombra. El amanecer me devolvió el recuerdo de nuestra noche mágica. Llevaba las marcas en el alma y en la piel de aquel momento perfecto. Anhelaba volver a sentir su calor.

Entré a la ducha y dejé que el agua recorriera mi cuerpo llevándose consigo los restos de sangre. El contacto con el agua provocaba que me ardieran los cortes que Tamara me había hecho, incluso las heridas de mis brazos volvieron a abrirse.

Salí del baño con las muñecas envueltas en un vendaje improvisado de papel higiénico. La habitación parecía la escena de un crimen. Esperaba no tener que dar demasiadas explicaciones al personal de limpieza del hotel.

A pesar de que era un día bastante caluroso, opté por ponerme una camisa negra de mangas largas para bajar a desayunar. Encontré a los hermanos Nairov en el pasillo apenas salí de mi habitación y me apresuré a cerrar la puerta para que no vieran el interior.

—¿Qué tal dormiste? —preguntó Natasha y casi se me caen las llaves de la mano.

—Bien, ¿y vos? —dije tratando de sonar casual.

Intenté convencerme de que no tenía forma de saber lo que había sucedido anoche.

—No muy bien. Las cenizas no me dejaban respirar.

Sentí como si me saltara un escalón. ¿Acaso los restos de los sahumerios de Tamara habían llegado hasta la habitación de Natasha?

Debo haberme puesto muy pálido porque Sasha agregó:

—No te preocupes. El volcán Puyehue está en Chile. Acá solo llegó una columna de cenizas.

—Seb me dijo que ayer lo llamó tu padre. Con todo el tema de la erupción no va a poder regresar hasta dentro de unos cuantos días porque no están saliendo aviones. Está pensando en volver en auto —explicó Natasha.

Al llegar a la recepción, Ailén se acercó hacia nosotros. El eco de sus tacones resonó por todo el lugar. Parecía preocupada.

—Tengan cuidado con las cenizas. No salgan ni abran las ventanas —dijo la recepcionista con el ceño ligeramente fruncido.

Miré hacia afuera. El paisaje se había teñido de blanco y el viento arremolinaba las cenizas que parecían fantasmas.

—¿Esto estará relacionado con el hecho de haber abierto las puertas del infierno en la isla Huemul? —le susurró Sasha a su hermana lo suficientemente fuerte como para que todos pudiéramos oírlo.

Natasha rió con la mirada perdida en los amplios ventanales. Parecía una imagen sacada de una película de fantasía.

—Dudo mucho que sus acciones tuvieran que ver con las manifestaciones de la Madre Tierra. Sin embargo, las cenizas pueden ser tóxicas y es mejor no inhalarlas —explicó Ailén.

Sasha se mordió el labio, pero no dijo nada hasta que nos alejamos de la recepcionista. El niño estaba convencido de que habíamos tenido algo que ver con la erupción del volcán, pero aunque yo no solía creer en las casualidades, me parecía una idea muy rebuscada.

Una vez en el salón comedor nos sentamos en una mesa junto a la ventana. Natasha y yo estábamos maravillados con el paisaje y no podíamos apartar la vista de él.

—Cambiando de tema, hoy tuve un sueño muy raro —agregó el pelirrojo, al darse cuenta de que llevábamos un tiempo ignorándolo.

—¿Qué soñaste? —pregunté sin mucho interés.

—Soñé que una niña bastante aterradora me decía que era tu hermana y que no teníamos que hacer magia porque si el agua se cubre de cenizas se rompe la protección. Me despertaron las cenizas porque "alguien" dejó la ventana abierta —dijo y miró a su hermana con recelo—. Después me volví a dormir y soñé que las paredes del hotel eran de chocolate blanco. Sería genial que así fuera, aunque podrían derretirse en verano y habría que evitar que los turistas se las coman...

—Crisy tiene razón. Las cenizas podrían interferir con el agua —interrumpí.

—¿Tu hermana se llama Crisy? —preguntó Natasha alzando una ceja.

—Sí. Bueno, es el diminutivo de Cristina —expliqué.

—¿Ella dónde vive? ¿Por qué nunca la mencionaste? ¿Qué importa si alguien rastrea nuestra magia? —me interrogó Sasha.

Pasé una mano por mi nuca con resignación. No podía seguir manteniéndolos al margen de todo lo que sucedía.

—En pocas palabras, ella vive con mi madre, que si me encuentra va a asesinarme —dije y mis amigos me miraron atónitos.

—¿De qué me perdí? —preguntó Sebastián sentándose con nosotros para desayunar.

—No mucho, solo que Teby tiene una hermana pequeña que también es bruja. Se apareció en mis sueños para advertirnos que estamos en peligro porque el agua que nos rodea ya no es protección suficiente. Ah y su mamá quiere asesinarlo —explicó Sasha, hablando rápido y sin respirar.

Casi con seguridad Sebastián ya sabía todo. Sin embargo, fingió estar tan sorprendido como los Nairov. Ellos eran mi aquelarre y si iba a enfrentarme con el grupo oscuro de Amaia, necesitaba tener todos los aliados posibles. Especialmente con mi padre a más de mil kilómetros de distancia.

—Entonces no utilicemos nuestros poderes hasta que las cenizas se disipen o Andrés regrese —aportó Sebastián.

Todos estuvimos de acuerdo. Sin embargo, no podía dejar de pensar en el ritual que habíamos hecho con Tamara la noche anterior. Tal vez había sido contraproducente. Me sentía más fuerte, pero esperaba que no hubiéramos atraído al aquelarre de Amaia hasta nosotros.

Pasé el resto de la mañana respondiendo a las preguntas de Sasha. Estaba muy interesado en mi pasado y ya no tenía sentido seguir fingiendo frente a ellos. No sabía cuándo ni cómo, pero pronto tendría que enfrentarme a mis peores pesadillas y simplemente no quería hacerlo solo.

—Teby, estás sangrando —dijo Natasha y me tomó del brazo con cuidado.

Me sonrojé y retiré mi mano de las suyas.

—¿Qué pasa? ¿Querés que hablemos? —preguntó en voz baja.

—No es nada. Fue un rasguño —mentí.

Me sentía muy incómodo. Quería irme de allí. Sin embargo, me quedé petrificado en mi asiento, al lado de Natasha mientras Sebastián le hacía una señal a Sasha para marcharse. En ese momento los odié por dejarme solo en una situación tan incómoda.

Natasha comenzó a darme un largo discurso en el que me instaba a que hablara con ella si me sentía mal porque comprendía que lo que estaba pasando no era sencillo para mí. Sin embargo, consideraba que cortarme a mí mismo no era la forma de lidiar con mis problemas. Dejar que pensara que me había autolesionado era más sencillo que explicarle que había sido Tamara quien me había herido, por lo que me limité a asentir mientras ella continuaba con su monólogo.

 Dejar que pensara que me había autolesionado era más sencillo que explicarle que había sido Tamara quien me había herido, por lo que me limité a asentir mientras ella continuaba con su monólogo

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