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«El poder oculto» es una historia de amor, misterio y magia. La joven Tamara heredará los conocimientos mágicos que su abuela volcó en un antiguo libro. Junto a Esteban, su oscuro compañero, se verá envuelt...
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La primavera se demoró en llegar y aquel lunes fue el primer día templado después de una temporada en la que la nieve y el viento nos habían recluido a todos en el hotel. Alan nos propuso a los cinco que tomáramos la clase de ese día al aire libre y estuvimos de acuerdo.
Nos sentamos en ronda en un claro cerca del lago espejado. El profesor comenzó la clase preguntándonos a cada uno cómo había estado nuestra semana y cómo íbamos con la preparación de los exámenes. Conversamos durante algún tiempo de nimiedades y luego Alan propuso que durante la clase hipnotizáramos a alguno de nosotros. Contábamos con el material teórico que explicaba la forma para hacerlo, pero era la primera vez que lo pondríamos en práctica.
—Necesito a dos voluntarios para este ejercicio. Uno de ustedes deberá indagar en la mente del otro y lograr que revele algo que haya olvidado de su pasado. No podemos recordar absolutamente todo. La mente selecciona aquello que podemos saber en forma consciente y relega al inconsciente muchas de nuestras vivencias que considera innecesarias o peligrosas —dijo Alan y nos observó uno a uno.
—¿Se puede enviar pensamientos al inconsciente de forma voluntaria? —preguntó Sasha.
—Requiere de mucha práctica, pero no es imposible. Cuando estudiamos algo de memoria ponemos toda nuestra concentración en recordar aquello que consideramos importante, mientras que algunos temas son pasados por alto. Una parte quedará en nuestra conciencia, mientras que lo demás va más allá. Es posible que pensemos que lo hemos olvidado y que regrese a nosotros disfrazado de alguna manera. Por ejemplo, en los sueños fragmentos de nuestra vida acuden a nosotros, aunque no siempre podamos entenderlos con claridad —explicó el padre de Tamara.
—No me refiero a eso. ¿Podemos hacer que otra persona olvide cosas? —volvió a indagar el pelirrojo.
Alan frunció el ceño levemente. Parecía estar teniendo un debate interno con respecto a qué información debería facilitarnos. Finalmente respondió:
—No sería ético alterar los recuerdos de alguien. Sin embargo, algunas veces es necesario por el bien de la persona que olvide ciertas vivencias o que recuerde sucesos que no acontecieron en realidad. Los recuerdos nunca son exactos. Siempre hay alteraciones, porque el cerebro tiende a completar las escenas aunque carezca de la información suficiente para hacerlo. Comenzando por completar esos detalles, es posible modificar el escenario del recuerdo en su totalidad.
No me sorprendían las palabras del profesor, después de todo había intentado alterar mis propios recuerdos en más de una ocasión y tanto mi padre como yo habíamos modificado los de Susana. Esperaba que alguien más se presentara voluntario para que lo hipnotizaran porque prefería que nadie violara la intimidad de mis pensamientos.