Capítulo 21: La llamada inesperada

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Una vez en casa, recurrí a mi grimorio y busqué en él la palabra "péndulo". Realmente me intrigaba saber por qué mi abuela no lo utilizaba como elemento adivinatorio. En unas páginas escritas por su madre encontré la respuesta. Ella explicaba que el péndulo es solamente un medio para canalizar la propia energía adivinatoria y que es tan útil como cualquier otro método de adivinación, si es que el poder de la percepción está en su poseedor.

Ella le aconsejaba con ternura a mi abuela, que antes de creer en sus respuestas, probara de alguna forma si este le resultaba el medio más adecuado para canalizar su poder. Ahora comprendía que seguramente mi abuela optaba por otros métodos más afines a ella. También le comentaba que algunos lo utilizaban para canalizar la energía sanadora y que otros lo empleaban para encontrar agua o metales preciosos. Yo comprendí que simplemente era un instrumento que nos revela nuestra propia intuición. Me dispuse a probarlo y a probarme.

Tomé un mazo de cartas muy viejo que mi padre utilizaba para jugar al solitario. Separé las copas y los bastos. Los mezclé y me dispuse a tratar de adivinar preguntándole al péndulo. Yo preguntaría: ¿Es copa esta carta? El péndulo respondería girando afirmativa o negativamente y haría una estadística de los aciertos y de las fallas.

Comencé la prueba de mi percepción extrasensorial. Con las primeras siete cartas las respuestas del péndulo fueron las correctas, pero la octava no lo fue. Hasta la quinceava carta, nuevamente fueron acertadas, la siguiente errónea y las siguientes fueron todas correctas, sin incluir la última. Fueron veintiún aciertos y solo tres fallos. Me parecía bastante aceptable para utilizarlo, pero aun así cabía la posibilidad de que se equivocase. Ganándole a mi propio orgullo interno, interrogué:

—¿Sabré hoy algo de Esteban?

El péndulo empezó a temblar y luego giró en sentido afirmativo. Sonreí, pero sentía que acababa de mentirme. En ese momento, me sobresalté al oír el timbre del teléfono.

Contesté. Era la persona a la que más necesitaba oír en todo este último tiempo, pero por alguna razón, no experimenté felicidad al escuchar su voz. Por un instante mi corazón dejó de latir. Recordé mi sueño. ¿Él haría que mi corazón se convirtiese en piedra? o ¿sobrevendría el pacto de sangre?

—Tamy, necesito verte... algo me estuvo pasando estos últimos días.

Pensé con ingenuidad que se había dado cuenta de cuánto me quería y necesitaba, pero en realidad creo que solo me necesitaba.

—Bueno, está bien. Vení a buscarme, si te parece.

Me respondió con mucha frialdad en su voz:

—Ahora voy.

Colgó sin decir ni siquiera adiós.

Unos minutos después, lo escuché tocar el timbre. Al abrir lo encontré de pie, mucho más pálido y delgado que la última vez que lo había visto. Sus ojos estaban enrojecidos, como si hubiese llorado. Debajo de ellos, se dibujaban unas finísimas líneas color violeta. Tenía los nudillos sangrando y en su brazo izquierdo se distinguían finos cortes. Sentí muchísimo dolor al verlo. Por un instante me invadió la culpa por no haber estado a su lado para protegerlo de aquello que lo había herido. Más aún porque yo me sentía muy fuerte. A mí algo me había atacado y había podido controlarlo sola. Los signos que había dibujado y los encantamientos que había hecho no permitieron que las sombras nos hicieran daño ni a mis padres ni a mí.

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