Capítulo 11: Bajo el álamo

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Pasó una semana y todos los días me encontraba con Esteban. Finalmente, mi madre aceptó que no era perjudicial para mí.

En ese último tiempo, Susana parecía preocupada y se mostraba un poco más distante con nosotros.

Mientras tomábamos una gaseosa sentados bajo un árbol de la plaza, le pregunté a Esteban:

—A tu mamá la noto un poco distante. ¿Se enojó por algún motivo conmigo?

Levantó los hombros y respondió:

—Supongo que no. Está algo nerviosa e irritable desde el día en que vio volar los libros. Por suerte, el espíritu se fue. De todas formas, me parece que ella quedó un poco traumada. Hasta hizo desaparecer la sección de "Ciencias ocultas y paranormales".

—¡Qué lástima! Podríamos haber sacado información de esos libros.

—No importa, aunque ella no lo sabe, yo ya los había leído todos. Realmente, había muy poca información útil. Encontré distintas técnicas de relajación, pero las cosas importantes eran escasas y repetidas. Como si se hubiesen filtrado de algunos grimorios sin querer. No creo que un verdadero heredero pase su información tan fácilmente a desconocidos. Por suerte, mi madre no sabía del mío.

—¿Ella sospechará en lo que estamos metidos y el motivo de nuestras reuniones? Porque si bien no hacemos nada malo, para mucha gente la magia es algo satánico o demoníaco, aunque no creamos en demonios. Ellos sí que creen y podrían juzgarnos mal —reflexioné.

—No creo que ella sospeche nada. Es demasiado simple. A lo sumo, pensará que estamos de novios. Acaso, ¿tus padres no creen eso?

Ruborizándome un poco, asentí con la cabeza y pregunté:

—¿Cómo lo supiste?

Con un halo de misterio agregó:

—Yo sé muchas cosas.

Le sonreí. Sabía que solo había sido una deducción y que no me había leído la mente, aunque él quisiera que yo pensase eso.

Reflexioné en que lo que estábamos haciendo hasta ese momento era intentar dominar nuestra mente e incrementar nuestra concentración para lograr nuestros fines. Pero no estaba segura de cuál era nuestro siguiente objetivo y decidí preguntarle:

—¿Hasta dónde podremos llegar? ¿Qué buscamos al adquirir el conocimiento?

Pensó unos segundos mientras me miraba y añadió:

—Bueno, mi primer objetivo ya lo sabés. Es averiguar quién es mi padre, de dónde vengo, por qué me dejó y por qué misteriosamente tuve los sueños que tuve que me indicaron dónde estaba el libro. ¿No te parece extraño que nosotros estemos juntos? Yo no conozco a ninguna otra persona que posea grimorios heredados ni que tenga los poderes que se nos van revelando.

Él tenía razón. Aún no se me había ocurrido pensar en el porqué de nuestro encuentro. Ni siquiera mi familia sabía en lo que yo estaba involucrada. Antes de que pudiese responderle continuó:

—Me preguntaste hasta dónde podremos llegar. Supongo que la magia tiene sus límites y sus tesoros ocultos, los cuales nos serán revelados a través del conocimiento que podremos extraer de nuestros ancestros y de la experimentación propia. Yo sé que vos creés en los espíritus elementales, pero yo creo que puede haber algo más detrás de todo. Quizás sea nuestro poder mental. También puede que logremos objetivos a través de la intervención de un Ser superior.

En ese momento, supuse que él hablaba de Dios o de una inteligencia universal. Un tiempo después supe que me había equivocado.

Mientras la cálida brisa de verano jugaba con el cabello de Esteban, él miraba la luz que se filtraba entre las hojas del álamo. Yo lo observaba disimuladamente. Ahora sabía cuál era su meta y deseaba ayudarlo. Además, yo no tenía ningún objetivo propio por el momento, exceptuando obtener su amor, pero eso no quería conseguirlo utilizando la magia. El amor tiene que surgir del alma para que sea duradero y que ningún hechizo pueda destruirlo.

Esteban apartó su mirada de las hojas y la tornó hacia mí. A diferencia de otras veces, yo no bajé la mirada, en cambio me perdí en la profundidad de sus ojos. Podía sentir cada vez más fuertes los latidos de mi corazón. Él estaba acercándose a mí lentamente. Sentí la suavidad de su mano acariciándome el rostro y un instante después la dulzura de sus labios sobre los míos.

 Sentí la suavidad de su mano acariciándome el rostro y un instante después la dulzura de sus labios sobre los míos

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