Capítulo 6: Secretos compartidos

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Las estrellas comenzaban a decorar el cielo, que paulatinamente pasaba del rojo del ocaso a un azul profundo para luego tornarse negro.

Leyendo el libro me había informado que una de las primeras pautas para dominar la fuerza mágica era lograr la concentración. Para ello se sugerían varios tipos de ejercicios. Entre estos, el que estaba intentando hacer en ese momento. Consistía en visualizar con los ojos cerrados una cálida bola de energía entre mis manos que estaban enfrentadas pero sin llegar a tocarse. Por momentos, sentía mucho calor entre mis palmas y en ocasiones llegué a creer que se había vuelto corpórea. Pero súbitamente mi concentración fue interrumpida. Mi madre estaba llamándome. Las visitas habían llegado.

Tardé en bajar. Como digna mujer, tenía que arreglarme un poco. Acababa de llegar un chico de mi edad, que sería compañero mío y aunque no lo conocía aún y había oído hablar a mi madre muy mal de él, decidí estar "hecha una diosa".

Mientras bajaba las escaleras, lo vi inmóvil. Estaba sentado en el sillón blanco de mi propia casa. A él, con sus misteriosos ojos grises. Los mismos que me habían observado por el espejo en la feria esa misma mañana. No parecía haber reparado en que yo bajaba las escaleras y en cambio observaba la fina alfombra persa con fastidio.

Cuando mi madre me vio, gritó:

—Tamara, ¿qué estabas haciendo ahí arriba? Tardaste una eternidad en bajar. No seas descortés con los invitados y vení a saludar ahora mismo.

Todas las miradas, incluyendo la de él, estaban fijas en mí. Sentí que mis mejillas ardían. No podía creer que mi madre estuviese avergonzándome así. Nunca se lo perdonaría, entre otras tantas cosas que detestaba que hiciera o que me obligaba a hacer. Me acerqué hasta ellos sin mirar a nadie. Mi madre nos presentó:

—Ella es mi hija Tamara —dijo dirigiéndose a una rolliza mujer poco elegante, que contrarrestaba con la esbelta apariencia de mi madre.

Le sonreí a la señora, quien me devolvió la sonrisa de un modo cálido. Se levantó y dijo:

—Hola, ¿cómo estás, querida? Vos debés ser la famosa Tamara. Vas a ser compañera de mi hijo.

Evitando mirarlo e intentando no llamar su atención respondí:

—Sí.

Mi madre con una absoluta hipocresía interrumpió mi silencio:

—Este es el encantador y apuesto Esteban. Saludalo y de paso mostrale la casa. Yo voy a seguir charlando con Susana, mientras se termina de hacer la comida.

Susana con su voz chillona lo alentó:

—Andá, andá "Teby". La nena es nueva en el barrio y no debe tener muchos amigos.

El poder oculto✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora