Capítulo XXIV

446 46 7
                                    

29 de enero del 2015

No podía dejar de mirar esas fotos. El escenario era tan perfecto, hermoso y cautivante. Esos cuerpo tendidos, tan perfectamente acomodados y si la última pareja no era así, de igual manera, había emociones... Como un artista que a veces se tiene que salir del margen y del marco por la intensidad de sus sentimientos.

Saga nunca mataría a nadie, en sus libros lo hacía, todas las veces que quería, de la forma que le daba la gana, con sangre por todos lados o sin ella, pero a veces eso no bastaba, su mente quería algo más real y que al mismo tiempo sea capaz de quedarse ahí en su imaginación.

Por eso ese día quiso hacer algo diferente. Guardó las fotos en la caja fuerte de su oficina, donde guardaba los relojes y dinero en efectivo. Se sentó en el sofá, colocó su canción favorita y sin nadie en casa comenzó a fantasear...

Él no era Saga en ese momento, era el asesino de Blancanieves y los siete enanitos como dijo Kanon, los espiaba a él y a Aioros. Los había seducido, por que ellos eran hermosos y perfectos a simple vista. Posiblemente los encontró en un supermercado, en un restaurante o en una cafetería, incluso comprando ropa. Todo se veía tan real cuando cerró los ojos.

Se vio... Los vio... Compartían una casa en un buen barrio, Aioros era un reconocido fotógrafo y Saga era un notable escritor. Saga y Aioros salían a cenar seguido y tomaban vinos caros. Saga nunca se cortaba el cabello y Aioros lo hacía el mismo, incluso tenía una manía extraña de guardarlo en una cajita.

Ambos tenían un gusto especial en la cama, tenían juguetes para ello y tenían roles ya establecidos. Ambos se amaban y se complementaban... Ambos no se entendían y se entendían. No sonreían a menudo pero lo hacían entre ellos, fingían a veces en público ser más sociables.

Saga odiaba el brócoli y Aioros odiaba las cebollas. Compartían cepillo para peinarse y usaban el mismo desodorante. No necesitaban afeitarse por que ambos no tenían bello facial.

A Aioros le gustaban las margaritas y le gustaba colocarle un flor en la oreja de Saga cada vez que las compraba o tenían un momento se consuelo.

Pero qué flores hubiera elegido él... Qué los identificaría a ambos. Por qué ninguna flor se alineaba a ellos, por qué ellos no eran tan bellos como las flores, eran más bien hojas...

Entonces entra a su casa mientras ambos duermen. Apreta el cuello de Saga primero, quien trata de luchar pero al mismo tiempo se rinde. Y luego ve a Aioros...

¿Ahorcarlo? A veces lo hacía pero ahora era diferente, ahora iba a presionar tanto hasta que su lindo y largo cuello sonase, hasta que sus ojos empiecen a derramar lágrimas, hasta su boca se abriera tratando de alcanzar todo el aire que se le está quitando y de las camisuras de labios salgan hilos de saliva. Sus ojos... Esos bellos ojos que siempre lo miraban, estarían cerrados por siempre.

Los tenía que devestir, por qué el asesino siempre hacía eso, rozar con sus dedos la terza piel bronceada de Aioros cada vez que sacaba una prenda. Y desnudarse a sí mismo, mientras veía todo de lejos.

Después, tenía que trensar su cabello con las hojas y envolver su cuerpo como si fuera un santuario. El cabello suave del castaño, se fusionaba con los tallos hasta que pareciera que de su propio cuerpo salieran esas hojas, como si de su misma piel naciera otra vida igual de muerta que él.

Las hojas lo abrazaban y lo iban acompañar al cuerpo ya inerte de su amante. El asesino miraba desde lejos... No... Saga lo hacía.

El ruido de la puerta abriéndose lo hizo despertar de esa especie de trance que lo tenía sumergido. Aioros, no el de su imaginación lo miraba entre extrañado y sorprendido.

- ¿Qué demonios haces?

La mirada de Aioros se bajaba a su entrepierna, Saga hizo lo mismo y entendió el porqué de la reacción de su pareja. Esa fantasía fue tan real que despertó otras sensaciones más...

Saga se estaba masturbando.

Moth (Saint Seiya)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora