Capítulo 1

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─¿Tres duros?─ pregunté al borde de la rabia─. Llevo toda mi vida trabajando aquí, Marc, me he dejado la piel en esta fábrica.

─Todos lo hacen cada día, muchacho.

Apreté la mandíbula lo suficiente como para que me empezara a doler.

─Escucha. El mes pasado apenas comimos, tuve que emplear el sueldo en otras cosas. Mi familia no puede esperar un día más. Necesitan llevarse un trozo de pan a la boca.

Se encogió de hombros y se echó el mugroso trapo manchado de grasa al hombro.

─Yo no tengo la culpa de que tu padre estuviera hasta las trancas de deudas. En lugar de pasarse el día empinando el codo debería haber hecho algo para dejaros una buena herencia como para subsistir─ me mordí la lengua para no soltarle todas las barbaridades que se me estaban pasando por la cabeza─. ¿Te llevo a casa? Hoy he venido en coche.

─Iré caminando, gracias.

─Ten cuidado. Las cosas se están poniendo feas en la ciudad y no tardarán en repercutir en el campo.

Había anochecido cuando salí de la fábrica. De camino a casa pensé en mi padre. Era la primera vez desde su muerte que lo recordaba. No quería hacerlo, pero aquella noche el fantasma de mi padre estuvo vivo en mi memoria.

De la fábrica a casa me esperaban unas ocho hectáreas de campo, todo ello crecido y descuidado. Cada vez más gente partía a la cuidad. Me desvié del camino hacia la izquierda. Sonreí al contemplar la silueta de espaldas de una chica. La brisa alborotaba su pelo castaño como el café.

─Si adivinas quién soy te doy un penique─ ofrecí con las manos sobre sus ojos.

La longitud de sus pestañas llegaban hasta mi palma, me trasmitía dulces cosquillas.

─Hum... West Batton.

─Error. Prueba otra vez.

Soltó una melódica carcajada. Adoraba ese sonido. Adoraba su voz, su piel tersa y del color de la ceniza.

─¡West!─ me remendó.

Me senté a su lado con las piernas encogidas. También la brisa movía mi pelo y despertaba un sentimiento de melancolía. La miré. También adoraba sus labios carnosos y del color de la grana. La adoraba a toda ella. Me incliné para besarla y respondió de buena gana.

─¿Qué haces aquí?─ inquirí.

─Me gusta venir aquí para pensar─ señaló el horizonte con la barbilla─. Medito sobre otras formas de vida.

Estábamos sentados al borde de un precipicio. Lo llaman el Puente del suicidio. Naturalmente es el lugar desde el que se despeñan cientos de padres de familia que pierden su trabajo. Es la única forma que encuentran de dictar el futuro de su familia. La mujer viuda recibirá una paga mínima para poder continuar subsistiendo, de mala manera, pero vivos.

Desde aquí se apreciaban los muros altos y fortificados de la ciudad, una fortaleza impenetrable a no ser que te trataras de un individuo de bien. Solo los más privilegiados vivían ahí dentro. Era el sueño de muchos de los empleados del campo.

─Algún día viviremos dentro de esos muros, te lo prometo.

─Apenas puedes mantener a tu familia, West, y mi padre está cada vez peor. Nuestro lugar está en este extremo del mundo.

Arrojé una piedra al abismo.

─Este mundo está podrido.

─Nosotros somos a los que apuntan con el dedo al hablar de los males, somos la escoria, esos monstruos sin rostro.

The TowerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora