Capítulo 6

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La tierra tiembló bruscamente, provocando que perdiera el equilibrio momentáneamente, de manera que los platos que sostenía entre mis manos se precipitaran al vacío, convirtiéndose en un sin fin de fragmentos cortantes esparcidos por la madera. Mi padre, Charlie, hizo ademán de echarme una mano, cuando una nueva sacudida se manifiestó con una intensidad aún mayor, ocasionando que su silla de ruedas se volcase hacia un lado.

-¡Papá!- grité con todas mis fuerzas, arrastrándome por el suelo en dirección a mi progenitor, quien a duras penas intentaba ponerse a salvo bajo una mesa-. ¿Estás bien?

-Si, no te preocupes- hizo una pausa para apoyar su espalda en una de las patas de la mesa y extender el brazo para aferrarse a mi mano-. ¿Qué está sucediendo, Vía?

-Es un terremoto.

-¿Un terremoto? Nunca antes se había producido uno, ¿por qué ahora?

-No lo sé pero pienso averiguarlo- contesté, apretando la mano de mi padre-. Quédate aquí, voy a salir afuera a echar un vistazo.

-Ten cuidado.

Asentí una sola vez y tras dedicarle una última mirada abandoné mi escondite bajo la mesa y me marqué como nuevo destino el exterior. Avancé con precaución hacia la puerta principal, aferrándome a los muebles que encontraba a mi paso, prestándole especial atención al lugar por el que pisaba. Por suerte logré alcanzar la salida sin haber sufrido ningún tipo de percance. Extendí uno de mis brazos y acaricié con mis dedos el picaporte, titubeando entre si continuar o dar media vuelta. Aunque la razón me pedía que me pusiese a salvo, el corazón me pedía a gritos que fuera valiente, que me enfrentase a la realidad, y yo, siempre fiel a las directrices de mi corazón, me dejé guiar por él.

Intercambié una mirada con mi padre antes de abrir la puerta y permitirle a los escasos rayos de sol colarse por la apertura e incidir en el suelo. Finalmente me atreví a salir al exterior y como resultado obtuve una inesperada visita de un montón de hojas de periódico que amenazan con impactar contra mi persona. Una inesperada brisa se había levantado y se propuso jugar con mi cabello hasta el extremo de dotarlo de un aspecto desaliñado. El cielo estaba cubierto de nubes grisáceas que en alguna que otra ocasión dejaba caer pequeños fragmentos encandescentes que perdían calor a medida que descendían.

Caminé hacia el frente, adentrándome en el campo de trigo, y me tomé la libertad de observar a mi alrededor, presenciando una escena que nunca antes había visto. Las familias habían abandonado sus casas y salido a contemplar el temporal, temerosas. A lo lejos una casa estaba ardiendo como consecuencia de la entrada en contacto de un fragmento encandescente con el tejado de madera. La familia que vivía en su interior sale a duras penas al aire libre, dejando al descubierto unas imponentes llamas anaranjadas que cubrían sus cuerpos.

Alcé una mano y me cubrí la boca para reprimir un grito de terror.

-¡Ayuda!- comencé a gritar, corriendo hacia las víctimas del incendio-. Alguien que les ayude, por favor.

Me arrodillé ante ellos y les cubrí el cuerpo con tierra en un intento de apagar las llamas. Pero para cuando las apacigüe, no quedaba más allá de unos cuerpos carbonizados. Cambié el rumbo de mi mirar en dirección al hijo del matrimonio, un niño de apenas cinco años, con los ojos cerrados y el cuerpo consumido.

Inevitablemente las lágrimas escaparon de mis ojos y se deslizaron apresuradamente por mis mejillas. Me puse en pie y caminé hacia el pequeño que sostenía entre sus brazos a un oso de peluche chamuscado. Recogí el muñeco y lo apreté contra mi pecho en un intento de buscar consuelo.

No podía creerme que un chico con un futuro tan prometedor haya sucumbido, privándose de vivir la gran aventura que era la vida, perdiéndose las experiencias que iba a ir cosechando por el camino, así como un sin fin de sentimientos, en ocasiones bonitos y en otras desagradables. Su existencia había llegado a su fin antes de tiempo, cuando aún desconocía todo lo que la vida podía ofrecerle.

The TowerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora