CATORCE

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-JAEBUM-

-¿Tienes novia?

La tímida voz se acercó a mis oídos. Otra de aquellas tardes en las que nos reuníamos para hacer la tarea pero no lográbamos terminarla, estaba a punto de despedirse. La conversación había iniciado con las opiniones que ambos teníamos de las niñas del salón. Ante mis vagas respuestas, me acometió con aquella pregunta.

-No.

Apenas si reconocía los rostros de las personas que compartían el salón de clases conmigo. No me interesaba. Janette, la muchacha con la que había hecho el jardín de infantes era la única de la que podía hablar, pero a decir verdad, tampoco me interesaba. Continué haciendo las cuentas del problema de matemáticas en mi cuaderno.

-¿Por qué?

Suspiré, agobiado. Porque la inmensa incertidumbre que se ataba a mis futuros días no me lo permitía. Porque había momentos en los que no podía salir de mi habitación y una novia...una novia no lo entendería.

-Porque no hay nadie que me guste.

-¿En serio? ¿Ni siquiera Lucy?

-No.

Tomé el lápiz nuevamente. Intenté concentrarme en los números escritos, pero ahora algo se había encendido en mí, la curiosidad. Lo miré de reojo, observándolo perderse en sus propios pensamientos, pegando los dedos a la cámara que unas semanas atrás me había regalado.

-¿Qué hay de ti? ¿Tienes novia?

Un estruendoso sonido se despegó de su garganta. Se había ahogado. Lo miré sorprendido, pero aquella reacción se transformó en una burlona risa segundos después. Noté cómo sus mejillas se tornaban coloradas y sus manos se movían veloces intentando guardar los cuadernos en su mochila.

-¿Entonces sí tienes? ¿Por qué no me lo has dicho?

Sentía las chispas moverse en mis extremidades, mis ojos se humedecieron y las mejillas se me entumecieron por tanto sonreír.

No pensaba que fuera verdad, que tuviera una novia para hacer todas las cosas que las parejas de este pueblo hacen, pero al parecer así era. La curiosidad seguía creciendo en mí. Si la conocía, si era linda, desde cuándo estaban juntos y más, todo lo quería saber. Al fin y al cabo, era él quien se mantenía a mi lado preguntándome cosas, mientras yo me la pasaba sumergido en otras miles de cuestiones.

Bajó del árbol al escuchar mis continuas preguntas, y emprendió el camino de regreso a los caseríos. El sol ya se había despedido, y el campo de trigos frente a nuestros ojos se transformó en un oscuro espejo de agua. Lo seguí, cada vez más intrigado. Jamás lo había visto reaccionar así.

-¿No vas a decirme quién es?

-¿Para qué quieres saberlo?

"Porque somos amigos", podría haber sido mi respuesta. Él me lo repetía todo el tiempo, cada vez que debía justificar alguna de sus acciones. Pero no estaba seguro de tener el derecho de autodenominarme de esa manera todavía.

La cuesta que debíamos cruzar para llegar al sendero principal del pueblo, estaba demasiado empinada. Mis torpes pies sin embargo, se empecinaban en apresurarse para alcanzarlo, para ver otra vez esa avergonzada expresión que sólo me dejó presenciar por segundos.

-¡Vamos, sólo tienes que decirme un nombre!

Insistía, mientras mis piernas comenzaban a sentir el cansancio. Increíblemente, él mantenía el ritmo, alejándose un metro cada vez que yo avanzaba la misma distancia. Mi respiración se volvió agitada, y la mochila en mi espalda ganó el triple de peso que antes cargaba. Recordé a mi madre y sus constantes reclamos por no terminar la comida en mi plato, seguramente si hubiera comido esa otra porción de carne, la persecución no me costaría tanto.

Inspiré profundamente, intentando con esto recargar las energías que estaban a punto de agotarse en mi cuerpo. Su espalda, que me enfrentaba, se asemejaba a la recta final en una maratón. Fijé mis ojos en la tela de su camisa, casi perdiéndome en las líneas oscuras de la misma, perdiendo de vista todo lo que nos rodeaba. Lo alcanzaría.

Mis dedos se estiraron, ya sintiéndose victoriosos, pero segundos antes de poder proclamarme ganador, sus pasos se detuvieron en seco y en vez de mis manos, todo mi cuerpo impacto contra el suyo, derribándonos a ambos.

Nuestros ojos se encontraron, engrandecidos por la sorpresa. Sentí sus brazos rodearme, mientras todavía nos encontrábamos en el suelo, yo encima de él. Intenté incorporarme, pero me lo impidió.

-¿Qué sucede?

Debí preguntarle, debido a la incomodidad de la posición en la que nos encontrábamos.

-Yo...lo siento...

-Está bien, ninguno de los dos está herido.

Le lancé una débil sonrisa e intenté ponerme en pie otra vez. Sus acciones se repitieron y comencé a preocuparme.

-No es por eso que me estoy disculpando.

Habló, al mismo tiempo que sentía sus brazos apretarme con más fuerza. Sus pupilas temblaban, generando un pequeño sacudimiento en mi pecho. Finalmente cerró los ojos y pegó sus labios a los míos. 

La última vez [JackBum]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora