Segunda parte del Especial de Corazones.
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Hermes apareció junto a una llorosa Artemisa frente a la sala de tronos de Olimpo. La ayudo, dejándola apoyarse en él, y ambos entraron a la sala. Hermes se esforzó en parecer fuerte, pero ver la muerte de su mejor amigo y hermano favorito había sido duro. Sintió que unas lágrimas bajaban por su cara, y sin embargo se esforzó aún más, solo por Artemisa. Hermes sabía que Apolo hubiese querido que la apoyase, y sabía que la Diosa no podría ser capaz de formar un solo pensamiento coherente por las próximas horas, sino días, semanas o meses.
Nada más entrar, Hermes pudo apreciar lo que la aparición de su tio había provocado. Miedo. El miedo era palpable y visible en toda la sala. La tensión y los nervios se podían sentir, y las miradas temblorosas eran muy raras, pero acordes. Cada Dios y Diosa del Consejo Olímpico tenía su cara blanca como la leche, y los ojos desenfocados, temblaban como gelatinas.
Hermes se fijó en su padre, Zeus, y se asustó. Los ojos de él mostraban tanta ira y furia como nada, pero era opacado por su miedo y su terror visible. Las gotas de sudor corrían por su frente, y su agarra en su Rayo Maestro era fuerte. Vio a Hera y a Deméter, ambas estaban en shock, aparentemente sin reaccionar a lo que las rodeaba. Ares se veía desalentado, como si la obvia guerra que tendría lugar no le atrajese. Afrodita estaba temblando, y sus ojos mostraban tanto pavor como nunca antes Hermes había visto. Hefestos había dejado sus juguetes, y su habitual indiferencia había sido remplazada por miedo. Dionisio estaba por mojarse, y chillaba en voz baja. Atenea tenía los ojos nublados, pero por el resto permanecía igual. Poseidón estaba igual que Zeus, aunque él tenía solo una onza menos de miedo que el Señor de los Cielos.
Hermes se detuvo en seco al ver el lugar de Apolo. El trono del Dios del Sol había desaparecido. Donde una vez hubo un trono de oro solido con soles y liras tallados, ahora había un montón de oro derretido, que humeaba ligeramente.
Mientras todos los observaban en silencio, Hermes llevo a Artemisa a su trono, y se volvió para caminar al suyo. Sus pasos eran torpes y lentos, como si dudase o se lamentase de haberlos dado. Llego a su trono, y se sentó. Su armadura había desaparecido, y en su lugar llevaba unos vaqueros oscuros y una frénela blanca. Su caduceo también había desaparecido, y en su lugar, el Dios había juntado sus manos, apretándolas una a la otra.
Miro la sala, que ninguno de sus compañeros parecía querer hablar. El silencio predomino en la sala durante casi una hora entera, y solo había sido roto por los incontrolables sollozos de Artemisa, quien lamentaba la muerte de su gemelo y sus cazadoras. Durante casi una hora, la Asamblea de Olímpicos no se movió, y tampoco es que supiesen que hacer en esa situación en particular. Decir que estaban aterrados era como decir que el Sol salía cada día, que el Mar Circasiano era azul oscuro, que la noche era negra o que los mortales tenían sangre y no icor en sus venas. Una gran verdad.
Finalmente, Atenea rompió el silencio. La Diosa, a diferencia de sus demás compañeros y compañeras Olímpicos no lucia temerosa. Estaba muy controlada.
-¿Y bien?-pregunto, mirando a su padre con impasibilidad. Sus tormentosos ojos grises lo taladraban con la mirada-. ¿Qué ordenas, padre?.
Zeus se sobresaltó. Miro a su hija con ojos impasibles. El Señor de los Cielos había estado esperando ser pasado por alto. Obviamente no había funcionado. Estaba más que temeroso de lo que su hermano haría. Ya uno de sus hijos había caído, Artemisa tampoco estaba en todos sus cabales por los momentos, y Hermes parecía estar cayendo junto a Artemisa.
Lo que más preocupaba a Zeus es que Apolo había sido el sobrino favorito de Perseo. Zeus había visto como, sin vacilar, su hermano había enviado al Tártaro a Apolo. A su favorito. Su protegido. Al Dios que más favorecía, solo debajo de Atenea y Hestia, y a quien en el pasado había honrado como a muy poco. Eso lo hizo temblar, ¿Qué les haría a los demás?.
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El Retorno del Rey.
FanfictionLa confianza es una cosa frágil, Perseo la supo siempre. Se necesitan años para construir una confianza firme, y solo una acción para destruirla. Perseo lo sabe. Él lo sabe. Pero ahora, viendo como los puentes de la confianza que el mismo construyo...