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Tremenda resaca vikinga la mía cuando desperté al día siguiente, y además estaba sola

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Tremenda resaca vikinga la mía cuando desperté al día siguiente, y además estaba sola.

—¿Para esto me caso?— gruñí pensando en voz alta, me había despertado de mal humor, así que pensé en ir a entrenar un poco para liberar tensión.

Me puse la ropa de batalla,  tomé mi espada y un par de las hachas de Ivar, ya estaba mentalizada de haber sido abandonada.

Pero al salir de casa, mi reciente esposo estaba esperando con un impresionante montón de regalos detrás de él, ropa de lino, cofres tallados...

—Ivar...— apenas podía susurrar con un hilo de voz.

—Todo es poco para ti.— rió trayendo consigo un cofre más pequeño.

Lo abrí, por un lado me sentía alagada, pero por otro temía no poder cumplir sus expectativas.

Era un pequeño barco de madera.
—Gracias, es precioso.— le besé casi avergonzada, como si no hubiese confianza.

—Sabes que es una maqueta, ¿no?— quedé petrificada totalmente.— Floki lo ha fabricado para mí, y yo te lo obsequio.

—Esto es demasiado.—estaba en trance.—Ivar no sé qué crees que...

—Escúchame,— colocó las manos a los lados de mi cara.— quiero dárselo todo a mi esposa.

—Ivar yo... no soy así.— de repente me visualicé rodeada de docenas de niños encerrada en casa.

—No me estás entendiendo, ya sé cómo eres y me encanta, lo último que quiero es enjaularte.— quedé aún más sorprendida.—Me dijeron que no me complicase, que hiciera mi esposa a una chica dócil, algo tonta, que se encargase de estar en casa y de darme muchos hijos.— suspiró lleno de felicidad.— Pero ya me conoces, hice todo lo contrario, me he casado contigo.

—No soy lo que te conviene.— respondí sonriente, me iba a convertir en el foco de todos los cotilleos.

—¿A caso yo te convengo a ti?— respondió él en el mismo tono. Casi podía escuchar a mi padre maldiciéndome por haber escogido al peor hijo de Ragnar.

—Somos un par de imbéciles, yo tenía que haberme casado con Bjorn y tú con alguna criada fácil de manipular.— le abracé más fuerte de lo que debería, tanto que nos tambaleamos y terminamos tirados en el suelo.— ¿Estás bien?— pregunté preocupada.

—Sí...— se levantó con dificultad, rechazando la mano que le tendía.— Te preguntaría lo mismo, pero sé que estás perfectamente porque has caído toda sobre mí.— rió comenzando a andar hacia el carro.

—¿Dónde vamos?— me subí con él agarrándome a su cintura.

—A ver tu barco.

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