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—¿Dónde está Ivar?— bajé del caballo que quedó rendido en el suelo y agarré de la ropa a la primera figura humana que se cruzó en mi camino

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—¿Dónde está Ivar?— bajé del caballo que quedó rendido en el suelo y agarré de la ropa a la primera figura humana que se cruzó en mi camino.

—Siv...— achinó los ojos para reconocer mi rostro pese a la cicatriz y el cansancio e hizo una reverencia.—Ivar ha ido a ver al vidente.

Tendió hacia mí un cuerno lleno de hidromiel pero lo rechacé, aún mantenía la promesa a Eir. Fui hacia las vacas que se encontraban ahí pastando y las aparté del abrevadero para poder tomar agua de ahí.

No había tiempo que perder así que, de inmediato fui hacia el profeta para encontrar a Ivar.
No había llegado a cruzar el umbral de la puerta cuando Axel comenzó a llorar de forma inconsolable, pero lo atribuí al cansancio del viaje.

Entré y vi al profeta agonizante sobre su cama.

—¿Qué ha pasado?— murmuré arrodillándome junto a su lecho, los segundos estaban contados para él.

——¡Siv Svarti!—empezó a brotar líquido de su boca y extendió una mano hacia mi rostro.—Protegida de Eir, te cedo mi don.

No comprendí lo que decía, pensé que eran los delirios de un anciano moribundo.
Pero unos segundos después, el vidente dejó de respirar y mi mente se llenó de imágenes borrosas.

En la primera, Ivar besaba a una chica rubia con tremenda dedicación. Y en la segunda Hvitserk me besaba a mí.
Lagertha se arrastraba por el bosque hasta ser hallada por una anciana.
Ubbe rozaba las puertas del Valhalla pero volvía a descender hasta Midgard. Axel reía jugando rodeado de zorros.

Las visiones, aunque casi indescifrables, me aclararon la mente. Lo comprendí todo.

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