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Desperté totalmente desorientada

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Desperté totalmente desorientada. Solo podía ver con el ojo derecho, por tanto, tardé unos segundos en darme cuenta de que estaba en mi propia casa. Y no estaba sola, había una mujer vestida con ropas de muy poca calidad que parecía una esclava.

—He...— traté de hablar para llamar su atención, pero al pronunciar la primera sílaba noté un dolor ardiente en toda la mejilla.

—¿Siv?— la esclava me recorrió de arriba a abajo con sus ojos color café y salió corriendo fuera de la casa.

«Qué cabrona» pensé para mí misma, dado que me había dejado ahí tirada.

Me fui incorporando poco a poco, me sentía rota por dentro, como si me hubiera pasado una estampida por encima.

—Siv.— Ivar había llegado al marco de la puerta, la esclava había ido a buscarle a él.

—Qué sucio estás.— dije al verme bañada en barro, tierra y hojas; por su abrazo.

—Hice lo que dijiste. — me besó dulcemente.— Menos mal que estás bien.

—Ivar...— tomé el trozo de acero pulido que usábamos como espejo.— ¿qué hay bajo esta venda?— él se encogió de hombros, como si no le importase lo más mínimo.

Comencé a despegarla con cuidado, notando como si me arrancara tiras de piel.

—Mi cara...— susurré al verla tan cambiada, ahora una cicatriz recorría la parte izquierda.

—Es preciosa.— dijo Ivar tomando mi mentón para centrar mi mirada en sus ojos en lugar de en el espejo.—Simboliza lo fuerte que eres, invencible, inmortal.

—¿Cuánto he tardado en despertar?— pregunté con los ojos acuosos al igual que los de Ivar.

—Un par de semanas.— respondió titubeando, como si no pudiese creerlo.

—Necesito tomar algo de aire.— susurré besando su mejilla marrón por la tierra.

Salí a la puerta buscando los segundos a solas que tanto necesitaba.

Según salí, vi los diez metros cuadrados alrededor de la casa minada con unos treinta árboles frutales. Sin duda Ivar había estado rezando a Eir por mí.

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