Capítulo I

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Caminaba inquieta por el pasillo de entrada a casa. El sonido de los tacones acompañaba el silencio sepulcral que rondaba por el edificio. Volví a mirar el reloj. Las diez y media. Normalmente pocas veces solíamos salir tan tarde del trabajo, pero esta vez, mi jefe decidió poner una reunión una hora antes del final de la jornada laboral...

Samuel odiaba que llegara tarde a casa. Él solía ser algo impulsivo e impaciente. Aunque si había algo que no soportara era que la cena no estuviese hecha cuando llegase. En parte eso era mi culpa, era alguna de las tareas de las que me ocupaba en casa y por supuesto debía estar preparado cuando el hombre llegase a casa.

Entré en nuestro departamento y encendí la luz. El silencio que había en la estancia me extrañaba. Y sabía desde hacía tiempo que ese silencio solo podía significar una cosa. El tifón estaba a punto de tocar tierra. Esperaba con el corazón algo acelerado algún sonido que me indicase donde se encontraba él. Di dos pasos inciertos hacia el salón y la congoja me invadió. Todo estaba patas arriba. La televisión que compré dos semanas atrás estaba hecha añicos en el suelo. Era la tercera que comprábamos en pocos meses.... Cuando él se enfadaba, derribaba todo lo que había a su alcance. Podía destrozar todo lo que estuviese a su alrededor en pocos segundos, como si fuese un tsunami. 

-¿Samuel?-Me atreví a preguntar. Aunque era una pregunta estúpida. Sabía que él estaba aquí. Esperándome.

Dejé el bolso en la mesa del centro y levanté con la poca fuerza que tenía la televisión del suelo. La pantalla estaba destrozada. Probablemente por algún puñetazo o patada.

-¿Dónde coño estabas?-Escuché sus pasos acercarse haca mí. Su voz, ruda y enfadada. Hacía que mi piel se erizaba.

-Estaba en una reunión.-Su ceño se frunció. Estaba enfadado y la vena de su sien empezaba a marcarse. Cuando eso ocurría, significaba que nada bueno estaba por llegar.

-¿Sabes qué hora es?-Vi marcarse los músculos de su mandíbula. Sus puños se apretaron con fuerza, tanta, que rápidamente se volvieron blancos.

Intentaba no mirarle a los ojos. Cuando se enfadaba, odiaba que lo hiciera. No le gustaba que lo retara y eso era algo que aprendí por las malas. Intenté justificarme, pero antes siquiera de poder abrir la boca sentí un fuerte tirón de pelo. Grité. Mi voz se rasgó. El agarre se intensificó en mi cabello. Empezó a tirar de mí y entre mechones desordenados que caían por mi cara, vi donde me dirigía. La cocina. Intenté coger su muñeca para que me soltara. Pero no pude hacer nada. Volvió a tirar de mi pelo y me empujó hacia el suelo. Rápidamente sentí las frías baldosas contra mis mejillas. Mis manos no fueron lo suficientemente rápidas para parar el golpe.

-¡Mira qué hora es!-Cogió mi barbilla con rudeza y me mostró el viejo reloj de pulsera que solía llevar.

Sus gritos siempre me hacían temblar. Hoy no era distinto. Mi pulso se aceleró. Hiperventilé horrorizada y asustada. Intenté no moverme ni hacer nada que consiguiese que se enfadara más. Pero aún quedaba un gemido lastimero en mi garganta. Sus ojos me analizaron recubiertos de ira. Siempre que se enfadaba, sus ojos, esos que tanto amaba. Se volvían rojos de furia. Odiaba cuando eso ocurría. 

-Lo siento.-Susurré. Tan solo tenía que prepararle la cena y no lo había hecho. Entendía perfectamente su enfado.

Mis disculpas no eran suficientes para él. Nunca lo eran. Sus ojos me gritaban que hoy tampoco habría tregua.

-¡Eres una inútil! ¡No sabes hacer nada!-Gritó.

Volvió a coger otro mechón de mi pelo. Tiró de él. Mordí mi labio inferior intentando no gritar. Se agachó despacio hacia mi oreja. Sentí el calor de su aliento chocar contra mi piel. Pero no habló. Se quedo ahí unos segundos. Observándome colérico. Me arrastró unos metros hasta quedar delante del frigorífico. 

El silencio de Lía (CORRIGIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora