Capítulo XXXVII

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PDV LÍA

Noto la superficie dura y fría contra mi cara. Intento abrir mis ojos, pero fallo en el intento. Aún acostada escucho a mí alrededor, pero solo consigo percibir una cosa. El silencio.

Al tercer intento consigo despegar mis ojos. Mi vista aún está borrosa. Todo es confuso para mí. Consigo enfocar. Y lo único que encuentro es una pared gris. Hace frío, tanto que noto mis brazos y mis piernas entumecidas. Mis dientes castañean sin parar.

Intento recostarme, pero siento como si mi cabeza explotara. Mi garganta está seca, demasiado. Vuelvo a intentar recostarme, pero mis brazos están demasiado débiles, tanto, que caigo al suelo de bruces. No sé qué ocurre. No sé dónde estoy. Solo sé, que nada bueno va a pasarme.

Busco a través del pequeño zulo un halo de luz, pero solamente me encuentro iluminada por una bombilla pequeña que cuelga del techo. No hay puertas. No hay ventanas.

¿Dónde estoy?

Muevo los dedos de mis pies y los de mis manos para desentumecerlos. El frío ha calado tanto en mi interior que a duras penas los noto. Esta vez muevo mis hombros y mis brazos, buscando un poco de calor y fuerza para levantarme. De nuevo hago el esfuerzo de incorporarme y esta vez lo consigo.

Una vez sentada, vuelvo a observar el pequeño espacio en el que me encuentro. Las paredes enladrilladas son grises. El suelo de tierra fina. Mi corazón no deja de retumbar fuertemente contra mi pecho. Me encuentro dentro de un habitáculo tan pequeño que me da la sensación de que las paredes se cerrarán sobre mi cuerpo de un momento a otro.

La respiración se me acelera y mi cuerpo empieza a temblar, ni siquiera sé si es del frío o del miedo que siento en estos momentos. Es entonces cuando un fuerte mareo me inunda, los recuerdos vienen a mí de golpe.

La presentación.

El momento en el que salí fuera.

Y Alejandro...

Las lágrimas se acumulan en mis ojos. No entiendo que ha pasado. Ni siquiera sé cuánto tiempo llevo aquí. Con mis manos limpio las lágrimas y me levanto. No voy a quedarme quieta y esperar a que algo pase. Tengo que salir de aquí.

Con mis manos aún temblorosas rozo cada parte de la pared en busca de una salida. Pero no encuentro nada. Vuelvo a hacer el mismo recorrido, mis manos rozan la pared y siento como alguna parte corta mis manos. Pero no me importa.

Cuando me doy por vencida me siento en una esquina. Vuelvo a sentir las lágrimas inundar mis ojos. Apoyo la cabeza contra la pared y miro el techo, y es ahí cuando veo una especie de puerta de madera. Me levanto de inmediato e intento ponerme de puntillas para alcanzarlo, pero es imposible. Ni siquiera con una silla alcanzaría para abrirla.

Un gruñido escapa de mi garganta. No sé cómo voy a salir de aquí.

Vuelvo a sentarme en la misma esquina que antes. Mi pelo cae enmarañado sobre mi frente. El vestido está algo roto y muy sucio. Me quito los tacones y los dejo a un lado.

Noto los minutos pasar y cada vez me pongo más nerviosa. El nudo que se ha instalado en mi estómago es tal que siento incluso náuseas.

Empiezo a notar mi vista cansada. Mis ojos vuelven a pesar demasiado. Me permito cerrar los ojos, aunque no dormirme. Pero el cansancio llega a ser tal que poco a poco empiezo a evadirme.

Estoy casi dormida cuando un sonido rompe el silencio. Abro los ojos sobresaltada. Hay alguien arriba. Escucho sus pasos. Me levanto del suelo y espero impaciente porque abran esa pequeña puerta.

El silencio de Lía (CORRIGIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora