Capítulo XLI

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A penas hacia una hora que habíamos vuelto de la gasolinera. Sentía un hormigueo ascender desde mis pies hasta mis manos. La mera idea de salir de aquí me volvía feliz.

Me mantuve en silencio el resto del trayecto. Bajo la atenta mirada de Alejandro, rezaba porque no se diera cuenta de mis intenciones. Mucho menos de haber conseguido contactar con alguien del exterior.

Sentada en el sofá mis ojos no se separan de la ventana. Cualquier movimiento, ya sea por parte de las ramas de los árboles, hace que de un respingo del sofá.

Alejandro come en silencio en la mesa. Noto sus ojos quemar en mi nuca. Pero después de ver que no voy a recibir ayuda por su parte, tampoco quiero hablar con él. Samuel se fue esta mañana. Aún no ha vuelto y no sé si inquietarme o alegrarme por su ausencia.

-¿Quieres comer algo?-La voz de Alejandro me sacó del trance en el que me había sumergido.

-No.-Mi voz sale más como un susurro, pero no me importa.

-Deberías.-Dice para después dar un bocado de su comida.

-¿Por qué?-La duda invade mi mente de inmediato.

-No es algo que deba decirte yo.

-Alejandro, por favor.

-No.

Dada su contestación sé que la conversación ha terminado. Sus palabras solo consiguen ponerme más nerviosa y que las dudas y la incertidumbre ronden por mi cabeza.

Me levanto del sofá directa al baño. Necesito pensar unos minutos y si es posible, sola.

-¿Dónde vas?-Habla a penas me he levantado del sofá.

-No tardes.

Niego con mi cabeza y camino hacia el baño. Me encierro en él. Bajo la tapa del váter y me siento encima de ella. Mis ojos se aguan de inmediato. Necesito que actúen rápido. Necesito salir de aquí. A cada segundo que paso encerrada la opresión en mi pecho aumenta.

Mis manos pasan por las hebras de mi cabello. El tacto que noto tras tantos días es grasoso. Ni siquiera puedo ducharme en condiciones. La comida es escasa y beber agua casi un privilegio.

No sé cómo ha podido llegar hasta este punto. Tiemblo cada vez que noto su cercanía. Me repulsa su tacto. Y el solo pensar en sus besos hace que las náuseas se apoderen de mí. Cada día noto que tengo menos fuerza, la escasez de alimentos y de agua consigue debilitarme casi al completo.

Pensar en mi familia es mi salvación. Su viva imagen hace que continúe luchando por salir de este calvario, por librarme de la penitencia que es Samuel y sus actos.

Unos golpes en la puerta me sobresaltan de mi lugar. Mi corazón se acelera fuertemente. La saliva se vuelve espesa y me cuesta tragar. La ansiedad aumenta en mi pecho y creo que voy a romper a llorar. No quiero salir ahí.

-¿Lía?-Pregunta Alejandro.

Me levanto rápidamente del váter y tiro de la cadena. Segundos después abro la puerta. Sus ojos, aunque me miran con lástima ya no me enternecen. Saber que está siendo participe en este calvario me hace odiarlo. Y sé que ningún tipo de sentimiento tendría que tener hacia este tipo de personas. Pero no puedo evitarlo.

Vuelvo a sentarme en el sofá, en la misma posición en la que estaba. Buscando el confort que me da el bosque.

Un par de horas después escucho unas pisadas en la entrada. Pero toda emoción que sentí, se esfuma cuando veo entrar a Samuel con una bolsa. Ellos se miran y Alejandro asiente con su cabeza para salir fuera de la cabaña. No entiendo que ocurre, pero Samuel coge mi brazo con fuerza y me arrastra hasta la habitación.

El silencio de Lía (CORRIGIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora