Capítulo XXV

2.2K 150 4
                                    


La noche fue horrible. Entre pesadillas vi pasar las horas del reloj. Dos, tres, cuatro de la madrugada. Así hasta ver salir el sol por la ventana de la habitación. Aunque no me creí capaz de separarme de Hugo ahora lo veo todo distinto.

El sol salió y aclaró mis ideas. Tras pasar por la oficina y hablar con mi jefe, Juan. Decidí tomarme dos semanas de descanso. Le confesé todo por lo que estaba pasando y aunque pensaba que me negaría ese pequeño descanso accedió de inmediato. No dudo en ofrecerme todo el apoyo por parte de la empresa y demostrar su repudio contra el maltrato al que estuve sometida.

Ahora, maleta en mano y billete en la otra, bajo por la cinta transportadora hasta las vías del tren. Desde lejos veo a Silvia despedirse con la mano. No dudo en sonreírle porque después de la noche que pasé, ella estuvo ahí. Una amiga siempre sabe cuándo necesitas un abrazo.

Una vez llego al final de la cinta transportadora arrastro mi maleta hasta el tren. Las puertas están abiertas ya. Subo y me siento.

Aún estoy algo indecisa por mi decisión, pero necesito alejarme del aura que rodea ahora mismo mi vida en Madrid. Aunque desde pequeña siempre fue mi sueño vivir aquí ahora echo de menos el ambiente tranquilo de mi pueblo.

Saco el móvil del bolso y conecto los auriculares, el tren no tarda en cerrar sus puertas avisando que el viaje va a empezar. Aún me quedan cinco horas largas hasta Benicarló, al llegar mi hermana me esperará impaciente para poder llegar hasta Peñíscola.

Me siento emocionada, como la primera vez que hice el viaje hasta Madrid. Volver al pueblo que me vio crecer me emociona y me ilusiona como la primera vez. 

Peñiscola es ese pueblo con tal encanto que enamora allí donde pasa. Desde El Castillo de Papa Luna hasta sus playas cristalinas. Desde muy pequeña he estado fascinada con ese castillo. Cuenta la leyenda que el Papa Benedicto XIII, apodado como Papa Luna, construyo en una noche una escalera que le permitiera acceder al mar para poder escapar si un día lo requería. Aunque esa es una de las muchas que giran alrededor del Papa Luna.

Siempre que podíamos y el tiempo lo permitía mi amiga Celia convencía a su padre para llevarnos al mar. Aunque las primeras veces tuve miedo, al final terminó por gustarme. Me acuerdo de la primera vez que salimos al mar. Cuatro de nuestras amigas, Celia y yo estábamos entusiasmadas pues nunca habíamos navegado con su barco. Las primeras olas fueron un poco duras, el balanceo del barco mareó a nuestra amiga Helena que terminó llorando abrazada al barandal. Aún seguimos recordándole esa anécdota con gracia aunque a ella no le haga mucha. 

Cuando teníamos quince años y tuvimos la época del Tuenti, nos pasábamos horas tomándonos fotos en el barco, en el agua, tomando el sol... De mil y una maneras. También recuerdo como la Blackberry de Julia resbaló desde sus manos mojadas y terminó en el fondo del mar.

Cada una de esas anécdotas me saca la mayor de mis sonrisas y es por eso que sé que debo volver. Reencontrarme con mi familia, mis amigos y mi tierra.

Entre pensamientos me quedo embelesada con el paisaje a través de la ventana del tren. 

Tras el agotador viaje solo quedan unos diez minutos para llegar a Benicarló. Empiezo a sentirme nerviosa por reencontrarme con toda mi familia. Explicarles mi situación a mis padres será mucho más incómoda de lo que pensaba. Y cuanto más lo pienso más nerviosa me pongo.

Cuando el tren para y las puertas se abren mi corazón empieza a bombear con fuerza. Mi pierna derecha tiembla mucho más que la izquierda. Pocas veces me ha ocurrido, pero en todas esas ocasiones han sido momentos de mucha presión. Cojo aire fuertemente y lo saco por la boca. Arrastro con fuerza la maleta conmigo y salgo del tren. Camino algo impaciente por ver a mi hermana. Una vez salgo de la estación la encuentro recostada en su coche blanco. Me quedo estática esperando su reacción y cuando no la encuentro mis pies se anclan al suelo. Dudo unos segundos en creer que he hecho lo correcto.

Pero algo cambia.

Veo su sonrisa. Vuelvo a ver como sonríe y cuando menos me lo espero corre hacia mí. Por mero impulso hago lo mismo. Sus brazos se enredan en mi cuerpo y los míos en el suyo. Su calor me hace volver a la realidad, estoy en casa.

Por unos segundos me quedo callada. Abrazada a ella. Apoyo mi frente en su hombro y lo dejo salir. Dejo salir toda la presión que llevaba en mis hombros y lloro. Pero estas lágrimas no solo son de tristeza, la alegría recorre la mayoría de ellas.

Lloro aunque me juré no llorar más. Pero sentirme en casa de nuevo es una sensación que jamás creí que volvería a experimentar.

-Estás en casa.-Su voz suena tan cálida.

-Estoy en casa.-Repito.

-Repito

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

¡Hola!

Aunque sea un capítulo corto no podía esperar a escribir.

CORREGIDO 14/11/2019

El silencio de Lía (CORRIGIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora