Que las libertades de uno, no pasen por encima de las de alguien más.
Ya han pasado unas horas desde el altercado que tuve con el amigo de Samuel. Mi cuerpo sigue sin responderme aún correctamente. La vida sigue golpeándome sin sentido. Siento como la libertad que tanto anhelaba y empezaba a sentir, se resbala por mis manos. La pierdo y aunque intento que se quede conmigo, se va. Ya no siento esa libertad que sentí días atrás, vuelvo a sentir el miedo en mis propias carnes.
Mi actitud años atrás me causa gracia.
A mis quince años tuve una fuerte discusión con mis padres. Quería salir con mis amigas a una fiesta, pero ellos no estaban de acuerdo. Su respuesta fue clara y directa, eres demasiado joven y con todo lo que ocurre ahora... Me enfadé muchísimo con ellos. Recuerdo decirles que no tenía libertad y que me tenían encerrada en una jaula. Estuve llorando en mi cama toda la noche. Porque por aquel entonces, me sentía encerrada.
Ahora, observo a esa chica quince años con una triste sonrisa. Le sonrío tristemente a esa chica que no se imaginaba lo que era no tener libertad. Sonrío porque era libre y aunque en mi cabeza de adolescente se repetía constantemente que no lo era. Sí que era libre.
Aún siento el mal sabor de boca recorrer mi garganta. Una parte de mi cuero cabelludo, arde. Subo mi mano hacia la zona afectada y la acaricio intentando calmar el dolor. Me miro en el espejo. Pero no veo el mismo reflejo que meses atrás. En mí veo algo diferente, pero no consigo descifrar el qué.
Abro el grifo del lavabo y mojo mi cara. Apoyo mis brazos en el frío mármol y cierro los ojos por unos segundos. Intento que mi respiración se calme. Y aunque aún sienta el nudo en la garganta, intento deshacerlo. Noto como algunas partes de mi cuerpo queman. El ardor en mi costilla es insoportable. Abro los ojos de nuevo y al mirarme en el espejo me doy cuenta de la pequeña mancha roja que ha empezado a aparecer. Paso una de mis manos mojadas por la cara para disuadir el dolor.
Apago la luz del baño, el apartamento se mantiene en silencio. Desde mi posición veo a Kaos. Acostado delante de la puerta.
-¿Qué haces ahí Kaos?-Le pregunto.
El perro gira su cabecita y mueve su cola.
-Ven aquí.
Sigue moviendo la cola, pero no obedece.
-Vamos.-Lo animo.
Kaos mira la puerta una vez más y corre hacia mí. Me acuclillo y acaricio su cabeza. Cierra los ojos unos segundos ante mi tacto.
-Gracias.-Susurro.
Él parece comprenderme porque acerca su hocico a mi mejilla enrojecida y con su lengua deja un pequeño beso. Entro en mi habitación y cierro la puerta. Me siento en la cama con las piernas cruzadas. No sé qué hacer. Debería haber llamado a la policía en el momento en el que entre en casa. Pero estaba tan acongojada que no podía pensar. Dudo entre llamar a Hugo o a Silvia, pero poco después me decido. Desbloqueo mi móvil y busco su contacto. Ni siquiera sé si es correcto llamarle. Pero me siento con la necesidad de hacerlo.
Presiono el botón azul. Rápidamente escucho los tonos sonar. Uno, dos, tres, nada. Suspiro derrotada y cuando estoy a punto de colgar, escucho su voz.-¿Lía?-Su voz es ronca y cansada.
-Hola...-Susurro
-¿Ocurre algo?
-He tenido un problema...-Digo despacio.
-¿Estás bien?-La preocupación tiñe su voz.
-¿Puedes venir?-Me decido a preguntar.
Espero su respuesta durante unos segundos. Estoy nerviosa, mis manos tiemblan y no me había dado cuenta. Siento el nudo en mi pecho que tira de mí.
-Claro, estoy ahí en media hora.
-Gracias.
Dejo el móvil sobre la cama. Me recuesto en la cama y busco entre mis canciones favoritas y cuando la encuentro le doy al play. Instintivamente cierro los ojos. Poco a poco la paz empieza a recorrer mi cuerpo.
¿Qué sería de mi vida si ese día hubiese elegido diferente?
Llevo preguntándomelo mucho tiempo. Y a día de hoy, sigo sin encontrar respuesta. Aprendí a soportar el sufrimiento. Muy dentro de mí sabía que no era lo correcto. Que no podía permitir que me dañara así. Pero el miedo te juega malas pasadas. Su fuerza llegó a ser tanta que tuve que soportarlo. Aprendí a callarme y a obedecer. Pero también aprendí algo más. Las palabras se las lleva el viento. Los actos, desaparecen con el tiempo y que las personas, son tan egoístas, que solo se encargan de mantenerse felices sin pensar si estarán dañando a alguien más. Y es que tuve que conformarme con el resultado de mis decisiones, aunque hubiese tenido que luchar y salir de ese pozo.
El sonido estridente del timbre suena por el apartamento. Me levanto sobresaltada, estaba tan sumida en mis pensamientos que no me esperaba escucharlo. Miro a Kaos, quien escucha con cautela.
Me levanto despacio de la cama, siento mis piernas pesadas. Un pequeño remolino se forma en mi estómago. Me acerco a la puerta y noto el temblor en mis manos. Miro por la mirilla y cuando le veo, mi cuerpo se relaja. Quito el cerrojo y abro la puerta. Rápidamente sus ojos analizan mi rostro y sé que ha captado de inmediato la rojez de mi mejilla cuando se acerca unos centímetros a mí. Mira detenidamente esa parte de mi cara con su ceño fruncido.
-¿Qué ha pasado?-Pregunta. Sus ojos se apartan de mi mejilla y miran mis ojos.
Me aparto de la puerta y dejo que entre. La cierro y pongo de nuevo el cerrojo de nuevo. En silencio me siento en el sofá, busco su mirada esperando que imite mi acción y así es. Segundo después Hugo se sienta a mi lado en el sofá.
-¿Qué ha pasado Lía?-Repite.
Busco las palabras, pero no consigo emitir sonido. El nudo en mi garganta crece y me impide siquiera respirar con normalidad. Sus ojos viajan a los míos. Sé que puede ver el terror que siento en estos momentos, sé que, aunque no he dicho palabra sabe que algo que enlaza a Samuel ha ocurrido.
-Alguien vino.-Consigo decir.
-¿Quién?-Su pregunta sale angustiada y nerviosa.
-Juan.-Su nombre quema en mi garganta. Siempre supe que no era alguien de fiar, aunque Samuel se empeñara en decir que era buen hombre.
-¿Cuándo?
-No hace más de dos horas.
-¿Por qué no me has llamado antes?
-No lo sé.
-Nos vamos a comisaría.
-¿Qué?
-Vamos a poner una orden de búsqueda, pero tienes que venir a comisaría.
Mis ojos dejan de hacer contacto con los suyos. Jugueteo nerviosa con mis manos en busca de algo que pueda sacarme de ésta situación.
-Lía, es necesario.-Insiste.
-Está bien.
Me despido de Kaos que me mira sentado al lado del sofá. Cojo el móvil y salimos del apartamento. El trayecto hasta el coche es silencioso. Aunque no me importa. En el coche nos mantenemos callados. Ninguno de los dos sabe que decir. De reojo le observo, su mandíbula está tensa. Su ceño fruncido y la presión que hacen sus manos en el volante me indican que no está muy feliz. La luz de la calle ilumina su rostro, formando una combinación de sombras preciosa. Veo como mueve su brazo y enciende la radio. La melodía que suena es muy familiar para mí. Let her go, del grupo Passenger, hace más ameno el trayecto. Sonrío al escuchar la letra y no puedo evitar no cerrar los ojos y deleitarme con la melodía.
-¿Te gusta?-Escucho su voz. Pero no abro los ojos.
-Mucho.-Le respondo.
Tarareo la letra y tras unos segundos más me atrevo a hablar.
-Es la canción favorita de mi hermana.
Siento sus ojos fijos en mi rostro. Y ahí me atrevo a mirarlo.
-¿Dónde vive tu hermana?-La curiosidad baila por su rostro y me sonríe intentando dar un poco de comodidad.
-En Barcelona, pero ya hace años que no la veo.
-¿Por qué?
-Más bien, por quién.
-¿Samuel?
-Samuel.
Veo como niega con la cabeza. Unos minutos después aparcamos cerca de la comisaría. Hugo baja y yo también. Aunque lo intente esconder el nerviosísimo que recorre mi cuerpo es demasiado. Siento una presión fuerte en mi pecho. Llega a ser tanta que tengo que detenerme unos segundos hasta poder respirar con normalidad. Hugo espera paciente y aunque me cede una sonrisa tranquilizados, no lo consigue. Subimos las escaleras y antes de entrar por la puerta, mis pies se quedan anclados al suelo. Veo como Hugo da unos pasos más hasta que se da cuenta que no estoy detrás de él.
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El silencio de Lía (CORRIGIENDO)
RomancePodía calificar mi vida como perfecta. Un buen trabajo, amigos y el mejor novio del mundo. Samuel era cariñoso, atento y detallista. Pero todo cambió. Llegaron los golpes, los gritos y los abusos. Las cadenas que me ataban a él cada día apretaban má...