Capítulo V

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Dolía.

Quemaba.

Ardía.

El corazón me dolía como si me hubiese clavado mil puñales. Sentía mi alma romperse en pedazos pequeños. Lods párpados me pesaban. Mis ojos... No podía pestañear. Sentía el escozor cada vez que lo intentaba. Mi alma estaba quebrada. Y el corazón... Mi pobre corazón... Aquel joven y alocado que había amado hasta consumirse. Estaba destruido. Ya no sentía. Ya no amaba. Sentía que ya no tenía vida. Mi cuerpo se encontraba vació y resquebrajado parte por parte.  

A través de mis párpados podía ver el suelo del baño. En completa soledad y silencio. Las pocas lágrimas que me quedaban bajaban por mis ojos doloridos. A penas podía ver con claridad. No quería levantarme, de daba miedo. Intentaba pestañear con normalidad, pero el ardor no tardó en llegar de nuevo. Gemí. Sentía mis ojos muy hinchados. Jamás había sentido un dolor de tal calibre.

Mis manos seguían temblado a causa del miedo que sentía. Intenté juntar las pocas fuerzas que me quedaban y levantarme del suelo, pero un fuerte pinchazo atravesó mi espalda. Caí de bruces al suelo. Rendida. Rota.

Solté un quejido y boqueé buscando oxígeno. Ese que mi cuerpo anhelaba. Volví a intentarlo. Era demasiado cabezota para quedarme ahí tirada. A pesar de los pinchazos que recorrían la espalda, lo conseguí. La saliva se acumuló en mi boca y me costaba tragar. Noté como mi garganta estaba desgarrada de tanto gritar. De tanto llorar. De tanto sufrir. Me tambaleé. Un leve mareo me invadió. Me sostuve con cuidado del lavabo. Con cuidado busqué el apoyo de la pared antes de recostarme contra ella. No tenía mucha fuerza. La poca que de normal tenía había desaparecido en el último acontecimiento. Di un paso. Y otro. Con pies de plomo y mucho cuidado. Volví a desplazarme hasta posicionarme delante del espejo. La ansiedad se volvió a apoderar de mi pecho. Cogí aire. Una, dos y tres veces más. Y me miré en el espejo.

Y fue en ese momento en el que me di cuenta lo que era el amor. El amor eran los abrazos por la espalda. Eran las caricias. Los besos. El sexo. La complicidad. Las madrugadas y los despertares. Era el respeto mutuo. Pero también era el amor propio. Y eso era algo que había olvidado por completo. Mis ojos se aguaron de inmediato. Las tonalidades purpuras adornaban mi rostro. En la parte derecha del pómulo había un corte bastante profundo. Parte de mi labio estaba hinchada. Cubrí mi boca intentando ahogar un grito de horror. Me daba lástima. Pena...

Pasé mis manos dañadas por las hebras del cabello. Lo desordené desesperada. Caminé sintiéndome enjaulada por el baño. Nunca había llegado a este punto. Jamás me había sentido de este modo. Siempre era un ojo o quizás el pómulo... Pero la brutalidad del último ataque había conseguido romperme del todo.

Escuché unos pasos acercarse. Rápidamente me puse contra la pared más alejada de la puerta, evitando a toda costa estar cerca de la puerta. Me tapé la boca con la mano intentando apaciguar mis sollozos. No quería otra paliza. No otra vez. Por favor...

Sus nudillos golpearon la puerta. La ansiedad golpeó con fuerza cada parte de mi cuerpo. Me aprisionó contra la pared. La mano invisible apretaba mi cuello y no me dejaba respirar. Aún con la espalda pegada a la pared, descendí hasta el suelo y abracé mis rodillas en busca de consuelo.

-¿Amor?-Preguntó. Su voz era calmada. Como si nada hubiese ocurrido.

-¿Si?-Susurré. Las lágrimas volvieron a descender por mis mejillas.

-¿Te encuentras bien?-Sonó preocupado. Pero no le creía. Ya no.

-Sí.

No, por supuesto que no.

-Tengo que irme, me ha salido una entrevista de trabajo.-Y sabía que mentía.

Miré la hora en el reloj de mi muñeca. El cristal estaba roto. Pero funcionaba. Eran las diez y media de la noche. Era completamente imposible que la entrevista fuese a esas horas.

El silencio de Lía (CORRIGIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora