Capítulo II

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Madrugar no era mi pasatiempo favorito. Cuando era pequeña siempre intentaba remolonear entre las sábanas. Mi madre siempre tenía que llamarme cien veces para conseguir levantarme. Ya ni contar los días de invierno... Me escondía entre los edredones y fingía dormir, intentando, en una misión imposible quedarme durmiendo y no ir al colegio. 

Odiaba madrugar y el sonido del despertador ¿Quién había creado tan horripilante sonido? Odiaba dormir sin calcetines y perder uno en las noches de sueños inquietantes. Odiaba levantarme con la nariz fría. Pero adoraba el café con leche por las mañanas. Adoraba los jerséis calentitos y de colores pastel. 

Intenté por todos los medios levantarme y apagar el despertador. Pero ese sonido me taladraba la cabeza. Suspiré. Otra mañana más odiando madrugar. Miré el techo, no se que tenía por las mañanas que me fascinaba. Era blanco. Nada sorprendente, pero por las mañanas era como observar el mismísimo Guernica.

Me desperecé. Gruñí y resoplé. Me froté los ojos y gemí de dolor. Una pequeña molestia se apoderó de mi ojo. Y ahí recordé un poco lo que había ocurrido... Suspiré. De nuevo. 

Palpé el lado contrario de la cama. Vacío. Me incorporé y busqué cualquier indicio de Samuel. Pero nada. Esto había empezado a ocurrir meses atrás. Antes nunca lo hacía... 

Me preparé para trabajar. Aunque no me gustara madrugar siempre era puntual para el trabajo. No odiaba nada tanto como la impuntualidad, bueno y madrugar... Entré en el baño. Me gustaba maquillarme. Era una mujer coqueta y como me definían mis amigas, algo pija. Nunca salía sin mi eyeliner  perfecto. Saqué el neceser que me regaló Samuel en nuestros primeros aniversarios. Desparramé todos los productos por el baño. Pero al mirarme en el espejo dejé caer el neceser al suelo. Jadeé. Parpadeé intentando borrar lo que mis ojos veían. Hacía tiempo que no ocurría. Hacía tiempo que... 

Uno de mis ojos estaba hinchado. Morado. Dolorido. Acerqué mis dedos temblorosos. La superficie ardía. Era horrible. Con sumo cuidado me maquillé. Gruñí más de una vez y me quejé otras tantas. Dolía y mucho. A pesar de todos mis intentos, en vano por cierto, de taparlo, el color purpura seguía ahí. Miré el reloj y dejé las brochas encima del lavabo. Tenía que salir rápidamente si no quería llegar tarde.

Salí apresurada, como pocas veces hacía. Pero en el salón algo me hizo retroceder. Un olor nauseabundo inundó mis fosas nasales. Odiaba el tabaco. Lo odiaba tanto como a las arañas o los saltamontes. En mi familia solo había un fumador. Mi tío Enrique. Y por tradición y tener una familia anti-tabaco, cada vez que nos reuníamos tenía prohibido fumar. En el sofá estaba él. Dormía plácidamente, con la ropa con la que salió ayer. Olía a tabaco,  a alcohol y a sudor. No me gustaban esas salidas, él antes no era así. Pero lo entendía. A veces necesitaba despejarse y olvidarse por todo lo que pasaba. Me acerqué despacio intentando que mis tacones no le despertaran. Samuel tenía un horrible despertar. Si yo era gruñona, él me superaba... Su pecho subía despacio y tranquilo. Cogí la manta que estaba plegada en el sillón y lo cubrí con ella. Me acuclillé y acaricie su rostro. Samuel era guapo y él lo sabía. Jugaba con ventaja. Siempre supo que me atraía y llegó a un punto que no pude esconderlo más. Acaricié sus mejillas. Últimamente apenas dejaba que lo hiciera. Besé su frente y sonreí. Samuel era especial. 


Llegué a la oficina algo justa. María, la recepcionista me saludó con una sonrisa. Me senté en mi sitio y encendí el ordenador. Tuve que prepararme mentalmente para el día que me esperaba. Mi correo electrónico, como siempre, estaba a reventar. A veces me daban ganas de responder a todo el mundo con el emoji de la caca con ojos. Me representaba la mayoría de días.

Un par de horas después note mis ojos cansados. La pantalla del ordenador resecaba mis ojos la mayoría del tiempo. Los cerré unos segundos y el ardor no tardó en llegar.

El silencio de Lía (CORRIGIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora