14. Tengo un secreto.

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Alaska

Pasó más de un día desde el incidente en el gimnasio con William y Adam, un día en el cual me la pasé acostada en cama con cuidados de mi madre, porque en cuanto Adam se separó, me vino un resfriado increíble, así que mi madre me mantenía con muchísimas pastillas e inyecciones, hasta que consideró creíble que ya me sentía bien.

Ah, y el regaño gigante que me dio cuando se dio cuenta de que le vacié casi todo el contenido a las hierbas de mi collar aquella noche, la hizo ponerse histérica y casi, colérica. Lo que sucedio después, creo que hizo que yo también comenzara a hartarme del olor de las hierbas.

Me metió en la bañera y toda el agua repleta de esas hojitas con otras cosas, parecía una limpia o algo así. Me talló hasta que se aseguró de eliminar cualquier rastro de "mal olor" y después, me metió a la cama a seguir durmiendo, perdí todo un día en cama, pero al menos ese resfriado había desaparecido. 

Mi madre ahora se mostraba con una actitud difícil si quería salir tan siquiera al jardín, incluso me preguntó por Adam.

— ¿Ese chico que te trajo, dices que se llama Jordan?—preguntó en el umbral de mi puerta.

— Sí, es nuestro amigo, me ayudó a salir de la piscina.

— Ay Alaska, ten más cuidado, no es posible que por tener la cabeza en las nubes, terminaste cayendo a la alberca que estaba en tratamiento, en serio deberías de fijarte más.

— Lo haré mamá, pero hoy tengo que ir a mis clases, ya falté dos días—hace una mueca pero termina aceptando.

— Está bien, tengo mucho trabajo, así que aquí estaré para cualquier cosa que necesites, hija.

— Gracias.

Cuando la figura de mi madre desaparece, me levanto para ir a mi tocador y de nuevo vaciar muchísimo mi collar, yo empezaba a sentir que me quemaba, no lo soportaba. Una vez que terminé, bajé hasta la sala para tomar mi mochila y las llaves.

Hoy solo tenía que ir a entregar unas hojas y ya, mis clases estaban libres, pero mi madre no tenía por qué enterarse.

Caminé hasta salir del vecindario llegando a las ya tan conocidas calles y frotando mis brazos, el día de hoy hacía mucho viento y parecía que iba a llover, pero eso no me detuvo para continuar todo mi recorrido hasta la universidad.

Aunque yo sabía que en verdad estaba buscando a Adam, necesito respuestas.

Independientemente de ello, entré directamente al edificio donde dejé en la parte administrativa las hojas que debía y me fui a la biblioteca, esperando que estuviera por ahí.

Sin embargo, cuando comencé a pasar todas las mesas de la cafetería, me pude dar cuenta que para nada había un chico pelirrojo por ahí, así que después de dar un último vistazo, salí de la biblioteca decepcionada. 

Me lamentaba de nunca haberle pedido su celular para llamarlo por si lo necesitaba, como ahora. Mi mente finalmente se aclaró y se me ocurrió ir al único lugar que, si bien no estaba por ahí, lo podría esperar o alguien más lo llamaría.

La Residencia.

Caminé en dirección al norte, sintiendo cómo las calles se volvían más inclinadas hasta topar con la usual reja negra enorme donde un señor de mediana edad estaba cuidando.

— ¿Nombre?

— Alaska Foster—rogaba porque Adam realmente haya metido mis datos al sistema y me dejaran pasar. 

Después de que revisó por unos minutos más en la computadora, las puertas se abrieron con un ruido extraño, pude pasar.

— Adelante, señorita Alaska.

ALASKADonde viven las historias. Descúbrelo ahora