18. La tormenta

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Adam

Mis padres seguían llevando cobijas en camiones junto con otras personas a todas las personas del pueblo, y sinceramente, me hacían sentir muy culpable.  Afortunadamente, Diego llevó tres calentadores a su casa para que no le afectara a Alaska ni a su madre, solo espero que sea suficiente con que él las esté cuidando. 

— ¿Qué fue lo que derramó el vaso para que pasara esto, Adam?—pregunta mi madre con voz dulce, aunque bien se pudo enojar conmigo, no lo hizo.

— Yo estaba bien pero luego... llegó Marissa anunciando que había encontrado a su mate, que era una chica que encontró en el pueblo vecino y no lo sé, la manera en la que se miraban, me hizo sentir mal saber que yo no podía tener eso, y en la madrugada... pasó todo el asunto de la tormenta de nieve.

— ¿Marissa ya tiene a su mate y es una chica?—mi mamá estaba igual de sorprendida que yo cuando me enteré— Cariño, sabes que vas a encontrar de nuevo a esa pequeña bebé, pero todo va a su tiempo, Adam.

— ¡Pues ya no tengo tiempo! Me quedan dos meses para tomar el puesto de gobernante de Whittier y ya no saldré más a buscarla, eso es todo, si en dos meses ella no aparece, continuaré solo.

— Adam... te podemos apoyar, pero no te rindas—llega mi padre y sacude un poco de nieve, él sí estaba enojado.

— Déjalo que tome sus decisiones, Alissa. Esto va a afectar a muchas personas que son humanos y las cobijas no están siendo suficientes, es mejor que Adam salga a ayudar a las demás personas o ver qué puede hacer en los hospitales, iba justo para allá.

— Te acompaño—respondo sin titubear. 

Mi padre toma las llaves de su auto y sale, mientras que yo busco en el armario alguna chamarra para la nieve. Si bien solo sentía el aire frío, la nieve era otra cosa y no quería terminar mojado.

Me despido de mi madre y salgo, viendo como una capa considerable de nieve cubre toda la entrada y partes de las calles, ojalá y todos los del pueblo puedan soportarlo, estoy haciendo un gran esfuerzo por no decaer más, pero ya es casi imposible y menos si no hay nadie que pueda darme alguna distracción para no estar pensando constantemente en ello.

Cuando subo al auto, mi celular vibra avisando un mensaje de Diego, y como me lo suponía, no era nada bueno.

No pudimos controlar la fiebre de Alaska, la estoy llevando al hospital con mi madre, ¿dónde estás?

Algo había escuchado sobreuna ligera fiebre porque la tormenta comenzó tan rápido que ella al dejar una ventana abierta y dormirse por un rato, terminó enfermando ayer. Pero creí que ya estaba mejor con los calentadores y las cobijas, todo por no mantenerme bajo control.

Voy de camino también al hospital, ¿le dieron algún cuarto?

Escribo lo más rápido que puedo y lo envío, mirando dónde íbamos, mi padre conducía más lento.

— ¿Podrías apresurarte un poco más? Una amiga está en el hospital por la tormenta.

Mi padre suspira cansado pero me hace caso y sube la velocidad, ya estábamos a menos de cinco minutos.

— ¿Es la chica nueva? ¿Alaska?—asiento ansioso esperando a que mi padre estacione el auto, ya llegamos— No he podido conocer a su madre, por lo que respondió Diego, su hijo, ella está todo el tiempo trabajando, pero bueno, bájate a ver cómo está esa chica, regresaré en un rato.

Ni siquiera se estacionó, se detuvo frente a la entrada y le murmuré un 'gracias' mientras casi corría a la recepción.

— ¿Alaska Green?—pregunto y y la enfermera busca en su sistema, segundos después me indica mi izquierda.

— Urgencias.

Camino buscando en cada cortina a una cabellera castaña pero no la reconozco, la gente está muy grave, fue una suerte que después de caminar unos metros, la mamá de Alaska me reconoce y abre la cortina donde está Alaska y Diego.

— ¿Qué le dieron para la fiebre?—pregunto sin hacer preguntas tontas, puesto que no se ve muy consciente y tiene un suero en su brazo.

— Una clase de antiobiótico y con eso la están controlando, aunque dicen que antes de subirla a un cuarto, le darán una ducha de agua con hielos—dice Diego y llegan unos enfermeros que supongo que la van a preparar para subirla a un cuarto.

— ¿Cuándo empeoró?

— Esta mañana, se enredó en todas sus cobijas y no dejaba de temblar, después de los gritos que soltó cuando la pusimos al agua fría y seguía subiendo su temperatura, decidimos llevarla al hospital—esta vez la que habla, es su madre.

— Se está bajando la fiebre, con eso la mantendremos, vamos a subirla a piso—habla el enfermero y comienzan a mover todas las cosas de Alaska para dirigirse al elevador, todos vamos a la misma dirección, pero Diego y yo algo alejados de ellas.

— Esto se te salió de las manos, ¿verdad?—Diego miraba con cautela a su madre.

— Sí, no lo pude controlar del todo.

Subimos al elevador aparte y dos pisos después, caminamos hasta la habitación donde ya estaba Alaska instalada, poco a poco se veía mejor, no del todo despierta, pero como si tuviera mucho sueño.

— Eres una tonta, ¿cómo es que dejas la ventana abierta por la noche, Alaska?—le susurro tocando su mejilla para que los demás no sean capaces de escucharnos.

Se sentía algo caliente, a diferencia de su temperatura normal, pero no tan grave ahora.

¿Por qué no se quedan con ella un rato? Voy a traerles comida—ofrece su madre y Diego asiente, quedándonos solos en el cuarto.

— Adam.

— ¿Sí?

— ¿Cuánto crees poder resistir para calmar esta tormenta? Porque con este clima, Alaska no parece sobrevivir en el estado en el que se encuentra—se ve realmente preocupado por su hermana, y yo también lo estaba.

— ¿Cuánto puedo resistir sin estar sin mi mate? No lo sé, Diego, pero lo tengo que hacer por ella, y por todos los demás que se han puesto mal por la tormenta.

— Las cosas van a mejorar, Adam. Solo... aguanta unos días, confía en mí.

No confiaba en él, pero sí confiaba en que si las cosas no mejoraban, yo las haría mejorar a como diera lugar.

— Así será.

— Disculpa, creo que tengo que hacer unas cuantas llamadas y buscar a mi desubicada madre—sale de la habitación y me quedo mirando como respira Alaska.

Tan tranquila a diferencia de cuando discute por algo que no le parece justo o simplemente disfruta discutir conmigo. Parecía que tenía una sonrisa muy leve.

—¿Por qué te veo de una manera tan linda pero a mi lobo le desagradas, Alaska?



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