Marisa Auger:

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¿Por qué tenía que haberla nombrado? ¿Por qué justo en ese momento en el que estaban tan tranquilos? Pensó con amargura. ¿Tanto tiempo había pasado y aún Pablo se acordaba de ella? ¡Ya hacía un año! Y Marisa lo sabía muy bien, había contado cada día transcurrido... Había imaginado que Pablo la había olvidado, que su recuerdo se había diluido en su mente. No era así, sin embargo.

Al menos de momento lo había convencido de no llamar a la policía. No quería saber por nada del mundo algo de ellos, su presencia la ponía nerviosa. No quería volver al pasado, deseaba que las cosas se quedaran como estaban.

No creía en la versión de su marido... Había algo raro allí. ¿Encontrarse de casualidad con un vagabundo que resulta, aparentemente, ser Uviña? No... Lo más probable era que fuera mentira y ella podía imaginar la causa. Sabía muy bien lo que Pablo trataba de hacer... ¡¿Acaso no comprendía que de ese modo atraía la atención de la policía sobre ellos?!

La policía... La investigación del caso había sacado a la luz muchos secretos de su marido, no obstante, no los suyos. Su vida se había tornado en una verdadera pesadilla desde la desaparición de la maldita mocosa. Todo el mundo metiéndose en sus asuntos privados, todo el mundo indagando lo que no les importaba, lo que no comprendían. Detestaba a esa gente, pero al que más detestaba era al maldito investigador. ¿Cómo se llamaba?

No... se retractó, no era al investigador al que más detestaba sino a los periodistas. Esos carroñeros que inventaron historias y a punto estuvieron de fastidiarles para siempre la vida. Muy poco sabían de los secretos que con tanto celo había guardado su marido y que sólo la policía supo. Pero habían olido la sangre y decidieron recrearse a costa de ellos.

Cuando Pablo le preguntó si quería tomarse unas mini vacaciones en su casa de campo, que hacía tiempo que no visitaban, ella no lo había pensado dos veces. Era un tiempo para que la paz en el hogar volviera, para reencontrarse consigo misma, para reparar la relación que llevaban... Para recuperar su afecto, que ella creía perdido. ¡Pero no... su esposo aún pensaba en la chica! María estaba presente en sus pensamientos, no ella, su esposa.

Estaba segura de lo que pretendía Pablo, aún intentaba desviar el caso hacia Uviña, ese idiota que vivió cerca de ellos y que desapareció al mismo tiempo en que la tierra se tragó a María Furlotti, con la esperanza de que la policía pusiera su vista en otro lado y lo dejaran tranquilo. Sin embargo, él no comprendía como ella que esa no era la solución, que estaba reavivando un caso ya muerto, que revivirlo no sería bueno para ninguno de los dos y mucho menos para él mismo.

Sabía que Pablo era débil, todos los hombres lo eran. Cuando lo conoció se sorprendió al comprobar sus intenciones, ella era ya algo mayor y nunca había sido linda; se había resignado a quedarse soltera y toda su concentración estaba puesta en su trabajo. A pesar de todo, cuando lo vio por primera vez se enamoró como una adolescente. Nunca pudo confesarle la inmensa pasión que sentía por él, porque sabía, y no había tardado mucho en descubrirlo, que él no la quería de la misma manera y que se había casado con ella por su apellido y su dinero.

Ese detalle había lastimado su inmenso orgullo pero había dejado el asunto de lado, vencida por sus propios sentimientos y por la idea de que la capacidad de amar en esa forma tan desesperada sólo la poseía el género femenino. No había sufrido por ello en su vida de casada, sin embargo. Pablo era un hombre atento y un esposo comprensivo. Sus celos constantes habían estado siempre bajo control y se había sorprendido al pensar en el dominio que tenía sobre ellos.

— ¿No te gustaría volver a casa?

Se sobresaltó, estaba tan sumergida en sus pensamientos que había olvidado dónde se encontraba y sobre todo que no estaba sola.

¿Dónde está María?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora