Cuando Lucía despertó aquel día en brazos de Beni, se sintió feliz. Por primera vez se reconcilió con el destino que la había llevado a perder todo y a tener que volver a sus raíces. Pensaba que si tuviera que cambiar algo de su pasado no lo haría, por nada del mundo. El amor que sentía por su amigo y el que le brindaba él, era su recompensa. Lo besó en los labios, para despertarlo, pero fue en vano. Sólo sirvió para que recuperara una posición más cómoda en la cama y continuar durmiendo.
Lo observó un tiempo, con cariño, luego decidió levantarse para ir a preparar el desayuno. Colocó la bata de su novio sobre su cuerpo y fue hacia la cocina. Lo que pasó entonces sólo duró unos segundos pero fue como una larga pesadilla. Oyó disparos y cómo los cristales de las ventanas que daban a la calle explotaban en una lluvia de vidrio. Lucía gritó y se tiró al suelo de manera instintiva. Rubén la llamó a los gritos desde la habitación y logró llegar hasta la cocina y arrastrarse hacia ella, cubriéndola con su cuerpo.
El ruido acabó tan súbitamente cómo había comenzado. El vidrio pulverizado estaba sobre sus cuerpos y al levantarse, la chica se cortó la palma de la mano.
— ¿Estás bien? —dijo Rubén, horrorizado.
— Sí... ¡¿Dios mío, qué ocurrió?! ¿Eran balas? —respondió Lucía, muy asustada.
— Sí... ¡Malditos!
Durante esa trágica mañana el hombre hizo muchas llamadas y un par de amigos de la policía aparecieron en menos de cinco minutos. Estaban totalmente sorprendidos y levantaron en vilo a todo el barrio. Era tan temprano que nadie había visto nada. Y siguieron sin noticias hasta que atraparon a unos cinco hombres que deambulaban cerca y que eran conocidos de la policía. Formaban parte de una pandilla peligrosa de la ciudad.
Rubén había estado involucrado, junto con otros compañeros, en la detención de uno de ellos hacía unos meses, por lo que concluyeron que había sido un ajuste de cuentas. Pero el experimentado policía no creyó mucho la versión que tenía tremendos baches, sin mencionar que los hombres negaban por completo haber participado en la balacera. De todos modos, fueron arrestados.
Cuando el lío acabó y pudieron quedar solos, Rubén le expuso lo que pensaba a su compañera: la llamada de Auger a sus contactos había provocado el avispero que había en la policía.
— ¿Tus propios compañeros atacaron la casa? —dijo Lucía, sin poder creerlo, mientras barría los vidrios de la cocina.
— No mis compañeros, gente que responde a algún "amigo" de Pablo Auger... ¡Maldito tipo! Forte me advirtió que estaba todo agitado, que Auger había estado metiendo las narices... Ese tipo tiene contactos de poder. Es muy peligroso.
Rubén tomó un pedazo de vidrio y lo lanzó a la basura, con furia. La situación lo desbordaba y el susto que había pasado era indescriptible. Temió por la vida de Lucía y eso era lo que más lo había alterado.
— ¡Por Dios santo, Beni! ¿Crees que él es el culpable de la desaparición de María y por eso hace todo esto? ¡Es un aviso!
— No lo sé... pero es muy probable que así sea... Hay que ir a hablar con su esposa, no creo que ella tenga que ver con esto.
Se cambiaron y, tras ir a ver a su madre que estaba muy alterada por la situación que se había regado como pólvora por el barrio tranquilo, fueron a visitar a Marisa Auger. Estaban furiosos... podrían haber salido lastimados y también sabían que tenían los segundos contados. Sólo quedaban dos sospechosos y tenían que descubrir la verdad aunque, luego de lo que ocurrió, ambos se inclinaban por el amante de María.
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¿Dónde está María?
TerrorLucía Palacios, una joven escritora, vive en Buenos Aires donde tiene el trabajo de sus sueños pero, al quedar súbitamente desempleada y sin dinero, se ve forzada a abandonar su hogar para trasladarse a la casa de su madre, ubicada en San Juan, al o...