Leonardo Escoda estaba empapado y helado de frío. Más temprano había tenido una pelea con Alina, ésta dijo que volvía a casa pero él no quiso dejarla sola. Salió detrás de ella pero antes que pudiera abrir la boca para llamarla, se sorprendió al verla subir a un taxi. Vivían cerca, ¿por qué se subiría a uno? Entonces lo supo... iba a hablar. Se asustó mucho y la siguió, robando el auto de su padre.
Llegó a casa de Lucía Palacios sólo unos minutos después que ella pero en la casa parecía no haber nadie. Las luces estaban apagadas y por un instante pensó que se había equivocado.
— ¡¿Alina?! ¡¡Sé que estás ahí!! —gritó, mientras tocaba la puerta con insistencia.
Dentro oyó movimientos...
— ¡No digas nada! ¡Tenemos que hablar antes!
En ese preciso momento se abrió la puerta. La dueña de casa apareció en el umbral, molesta.
— ¿Qué necesitas? La gente duerme a esta hora —dijo, con el ceño fruncido. Apenas había abierto la puerta y no se veía nada dentro de la casa.
— ¡Alina, sé que estás ahí! —dijo el chico.
La mujer estaba por decir que no había nadie allí cuando se escuchó claramente un sollozo. Leonardo casi empujó a Lucía y entró a la casa precipitadamente. Corrió hacia dónde estaba Alina y la abrazó con dulzura.
— ¡No le digas nada! ¡No le digas nada! —le susurró con desesperación.
— Tengo que decírselo... ya no puedo seguir más así. Esto me está matando, Leo.
El chico negaba con la cabeza, sus ojos se mojaron de repente.
— ¡No lo confieses! No, por favor... no podría seguir sin ti.
— ¿Confesar qué? —preguntó de pronto, confundida.
Lucía los observaba, callada, desde las sombras del comedor.
— ¿Tu... tu, no... no lo hiciste? ¿Le hiciste algo a ella? —dijo el chico, sorprendido, sin poder pronunciar el nombre de María, como si al oírlo una maldición caería sobre ellos.
— ¿Qué? ¡Estás loco! ¡Yo no le hice nada a María! ¡Ni siquiera sé qué le pasó! —dijo Alina más sorprendida aún—. ¿Creíste que había sido yo la responsable?
— Yo... ¡Oh! Pero... te vi ese día... y pensé...
— No sé qué pasó con ella, Leo, es la verdad.
Hubo un brevísimo silencio, la mujer se acercó a ellos.
— Puedes decirme exactamente qué ocurrió ese día —intervino Lucía, con voz suave. Animándola a hablar.
Alina asintió con la cabeza, miró a su novio y comenzó su relato. Ese día, hacía ya tanto tiempo, habían salido del colegio al que asistían más temprano. En el colectivo María le había contado que su padre se había negado a firmarle el permiso para poder comenzar con su carrera de modelo.
— Quería triunfar en el modelaje a toda costa y se sentía segura de lograrlo. Pero estaba furiosa con su padre que no se lo iba a permitir, quería falsificar su firma en el contrato. Le dije que no serviría de nada, que tarde o temprano lo descubrirían y tendría graves problemas. Ella se rió, me dijo que no fuera estúpida, que le tenía cerrada la boca a su padre y que su madre jamás se enteraría de nada —continuó la chica.
Al llegar a la casa de María descubrieron que no estaba el auto de la señora Furlotti, entonces su amiga le había pedido que subieran a su habitación y allí le había rogado que falsificara la firma de su padre. Poniéndole el papel en el rostro. Alina era muy buena en dibujo y una experta en caligrafía. Pero no quiso hacerlo y discutieron.
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¿Dónde está María?
HorrorLucía Palacios, una joven escritora, vive en Buenos Aires donde tiene el trabajo de sus sueños pero, al quedar súbitamente desempleada y sin dinero, se ve forzada a abandonar su hogar para trasladarse a la casa de su madre, ubicada en San Juan, al o...