Lucía investiga:

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Lucía se encontraba a bordo de un taxi. Rubén le había pasado la dirección de donde vivían los Furlotti en esa época pero le advirtió que era probable que se hubiesen mudado. Tenían esa idea por entonces debido al acoso de la prensa.

Al llegar al barrio indicado vio que era un conjunto de casas enormes, con parque alrededor, en donde la mayoría de los hogares estaban cercados por altos muros. La casa de los Furlotti se encontraba al lado de la más grande de la cuadra. Sin embargo, ésta le sorprendió. Era más pequeña que las otras y se veía diferente. El parque que la rodeaba era más bien estrecho y no tenía muros que la ocultaran de la vista. Era un sólido edificio de dos plantas.

Lucía bajó del taxi y cruzó la calle. Al acercarse a la pequeña puerta de rejas bajas, se dio cuenta que nada iba a poder ver allí. Un cartel franqueaba su entrada: "Se vende". La fachada era de ladrillo combinada con piedra y una tupida enredadera se apreciaba en uno de sus costados. Las ventanas estaban cerradas y el frente sucio evidenciaba que allí no vivía nadie.

La chica suspiró de decepción. Miró a su alrededor y vio una cuadra casi vacía, no había movimientos en las casas. Las que estaban frente a ella formaban un grupo algo triste, se veían un tanto más pequeñas y viejas que las hermosas casas de la derecha. Tomó su libreta y comprobó unas señas, luego se dirigió hacia la enorme mansión que estaba al lado de la casa de los Furlotti. Según sus notas allí debían vivir los Auger.

La casa de la familia Auger estaba oculta a la vista de sus vecinos. Altos muros de ladrillo la ocultaban. Lucía se acercó a un sólido portón de hierro pintado en color negro que abarcaba casi todo el frente. Al lado de éste había un intercomunicador y la chica lo accionó. Esperó al menos varios minutos antes de que alguien contestara desde adentro, lamentablemente, fue una sirvienta que le dijo que los Auger no estaban en casa.

— ¿Sabe a qué hora podré encontrarlos? —le preguntó al aparato

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— ¿Sabe a qué hora podré encontrarlos? —le preguntó al aparato.

— El mes entrante —respondió la mujer.

— ¿Esta no suele ser su residencia fija? —preguntó Lucía, que tenía entendido que así era, en efecto.

Hubo un largo silencio, aparentemente la empleada se debatía entre dar información precisa y el deber de cuidar el hogar de sus patrones.

— Sí, ellos están de viaje. Los encontrará el mes próximo —respondió la mujer.

— ¿Sabe a dónde han ido?

— No lo sé, ¿Señora...?

Lucía advirtió que no iba a darle más información, su tono de voz había cambiado.

— Bueno, muchas gracias. Soy Lucía Palacios, un amiga de la señora Auger —mintió.

— ¡Oh! Yo le avisaré que ha venido. —Aquello pareció convencer a la mujer que se sintió más amable.

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