Ella nunca había abandonado su mente, durante todo ese tiempo no pasaba ni un día en que su recuerdo no viniera a arruinarle el momento. Sin embargo, esa misma mañana había sido peor que antes, gracias a aquella estúpida pelea. ¿Por qué la gente simplemente no lo dejaba en paz? Hacía un año que no la veía, que no escuchaba su voz... No obstante, aún oír su nombre lo atormentaba y más todavía cuando era pronunciado por labios tan indignos. ¿Qué sabía él y sus amigos de su dolor? ¿Qué sabían de lo que había pasado? ¡Nada!
Esa mañana de sábado, que por primera vez no participaban en algún partido, el entrenamiento con el equipo de básquet había sido brutal, según su parecer. Todo se debía a que el fin de semana siguiente tenían un partido contra su rival: Los Halcones. Aunque más que halcones parecían canarios con esa ridícula remera amarilla, solía pensar Leo.
Cuando terminó, fue a los vestidores y comenzó a cambiarse. Pensó en qué haría ese día, era sábado y la mayoría de sus compañeros salían, sin embargo él no porque... ya no tenía amigos. Nadie le había vuelto a hablar, nadie se había acercado a él desde el incidente de la desaparición de María, su ex novia. No los culpaba, eran una bolsa de imbéciles que se habían creído todas las historias fantásticas que inventó la prensa. Y él había sido una buena carnada para los lectores. Como novio de María desde el inicio todo el maldito mundo le había colgado la etiqueta de "culpable".
Estaba atándose las zapatillas cuando entró Víctor Pérez y compañía. Sus antiguos amigos, o más bien, los antiguos amigos de María, según descubrió más tarde. Víctor lo detestaba con toda su alma, siempre había sido así. Era bajo y no jugaba tan bien como él, sólo formaba parte del equipo por la influencia de su padre más que por mérito propio. Siempre lo había visto como a un rival pero todo empeoró cuando fue novio de María, que al parecer le gustaba. Por lo tanto, cuando ella desapareció tan misteriosamente no dejó pasar ocasión para hacer de su vida un infierno.
— Ayer te vimos, Escoda, con la otra pendeja tan fea. ¡Es vomitivo! ¿No tienes estómago?
Este comentario fue seguido de risas burlescas. El aludido lo ignoró.
— ¡Y ya no se esconden! —rió otro de los chicos.
— Ni siquiera por misericordia, Fran —susurró en respuesta otro de los presentes, un chico alto y rubio, con una cara llena de pecas.
Leo siguió guardando las cosas en su mochila, como si los demás no existieran. Mientras más rápido se fuera de allí, mejor.
— Claro que no, ¿para qué? Ahora que la policía no los busca se creen con el derecho de mostrarse en público. ¡Son tan patéticos! ¿Qué hicieron? —manifestó Víctor y luego, con profundo odio, se respondió a sí mismo—: Seguramente mataron a María para estar más libres. La cortaron en pedacitos y la enterraron en el jardín.
— ¿Qué has dicho? —preguntó Leo, mientras las manos le temblaban por la ira. La mochila cayó al suelo.
—Lo que oíste —dijo Víctor, enfrentándolo cara a cara, con el odio en su mirada.
Leo sabía que no debía enojarse ya que de comentarios como ese estaba acostumbrado, tenía que dejarlo pasar y seguir con lo suyo, pero esta vez no pudo hacerlo. Perdiendo todo dominio de sí mismo, se lanzó sobre su compañero y lo golpeó en la cara. Rodaron por el piso, recibiendo ambos golpes, mientras los demás gritaban:
— ¡Pelea! ¡Pelea! ¡Pelea!
— ¡Dale con el gancho, Víctor!... ¡En la nariz, idiota!
— ¡Muerte al asesino! ¡Muerte al asesino! —gritaron en coro los demás.
El tumulto y el griterío trajeron a un adulto.
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¿Dónde está María?
HorrorLucía Palacios, una joven escritora, vive en Buenos Aires donde tiene el trabajo de sus sueños pero, al quedar súbitamente desempleada y sin dinero, se ve forzada a abandonar su hogar para trasladarse a la casa de su madre, ubicada en San Juan, al o...