Conversación en la mansión Auger:

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Camino a la casa de los Auger, Lucía decidió sincerarse con Rubén y contarle sobre los sueños que estaba teniendo. Comenzaba a pensar que se estaba volviendo loca.

— Esos sueños han empezado a asustarme de verdad —concluyó, con un escalofrío.

Rubén no creyó que estaba loca, ni nada por el estilo.

— Son normales... estás muy preocupada por el destino de esa adolescente que hasta sueñas con ella. No tienes por qué estar asustada. Me ha solido pasar, uno tiene demasiadas cosas en la cabeza que termina canalizando cuando duerme.

Lucía negó con la cabeza porque había algo que no cuadraba.

— ¿Y cómo explicas que los tuviera de antes? Cuando comenzaron nada sabía de María Furlotti.

— Mmmm no lo sé. Admito que es extraño. ¿No sabías nada del caso hasta llegar a San Juan? Fue muy popular aquí, quizás lo escuchaste, lo viste en la tele o leíste algo sobre él, que luego olvidaste —preguntó Beni, frunciendo el ceño.

— No, absolutamente nada. Ni siquiera recuerdo haberlo visto en las noticias. Trabajaba mucho, poco prendía el televisor y si lo hacía era para sintonizar alguna película.

El hombre quedó pensativo, Lucía lo observó un tiempo. Le gustaba su rostro, nada perfecto, pero simpático. Su presencia le causaba una sensación de seguridad como antes no había experimentado. Se sintió súbitamente atraída por él. En el pasado sólo había tenido relaciones fugaces que no duraban largo tiempo porque tenía que trabajar todo el día.

El silencio se prolongó un largo rato.

— ¿Qué piensas?

— Recordaba algo que me dijiste de niña. Estábamos en el club y nos escondimos bajo un árbol a comer maicenitas que nos habíamos robado, ¿te acuerdas? —dijo riendo.

— Ah, recuerdo esas maicenitas. ¡Eran riquísimas! Pero mamá no nos dejaba comerlas antes del almuerzo. —Lucía había sido trasportada a otro tiempo—. Recuerdo muy bien ese día... pero no de qué hablábamos.

— Me dijiste que habías soñado con doña Leticia. La viejecita que vivía frente a mi casa. Me dijiste que te había dicho que se iba lejos de viaje, que le dijeras a su hijo que la llave del armario estaba bajo una tabla suelta debajo de la cama —dijo Rubén y frunció el ceño—. Al día siguiente la encontraron muerta. Había fallecido justo cuando soñaste con ella.

— ¡Ah, sí! Ahora me acuerdo. Lo había olvidado por completo. Tuve un lío tremendo con ese sueño... le dije a mamá y ella habló con el hijo. Era un hombre muy alto y de barba roja...

— Daba miedo... pero tú nunca le tuviste ese temor que todos los niños de la cuadra compartíamos.

— No, era un hombre bueno. Mamá le dijo lo que le había dicho... un poco en broma... me acuerdo de eso. También de que estaba furiosa porque no me había creído.

— Y allí estuvo la llave... como en tu sueño.

— Sí. —Lucía reflexionó un tiempo—. ¿Crees que son sueños... premonitorios o algo así?

Rubén lo pensó un poco.

— No. Creo que eres sensible. Ves a María realmente... a su alma y ella quiere trasmitirte algo.

Lucía lo miró asombrada, pensaba que Beni se le burlaba pero no era así. Estaba hablando muy en serio. Ella había olvidado esos sueños que tenía de pequeña porque al crecer no volvió a tenerlos, hasta ahora. Pero su amigo sí que los recordaba.

¿Dónde está María?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora