Castillo en caos.

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Era una mañana bastante tranquila en Solaria, tan soleada como siempre. Cerca del invernadero real; nuestro rey rubio caminaba apresurado mientras leía unos pergaminos muy antigüos que había conseguido en la bóveda secreta del castillo.

—Su majestad, encontramos más pergaminos.—informó uno de los guardias.

—Perfecto, dejen todos los que puedan en mi oficina.—ordenó sin despegar su vista del que tenía en las manos.

Cruzó por un pasillo rápidamente, se notaba lo apresurado, o mejor dicho distraído, que estaba. Pues esas escrituras tenían varios secretos de Solaria sin revelarse, sus abuelos no le prestaron atención a esos cofres con papeles viejos, al igual que sus padres, ambas generaciones dejaron que llevasen polvo todos estos años. Sin embargo, Arwen si tuvo curiosidad en ellos y vaya que consiguió información muy importante.

—¡Rey Arwen! ¡Rey Arwen!.—la señora Capela lo perseguía desde hace rato, pero el hombre era más rápido que ella.—¡Su alteza!.

El rubio tuvo que frenar su andar, respetaba mucho a esa mujer ya que fue su niñera en millones de ocasiones.

—¿Qué necesita, señora Capela?.—habló con suma educación.

—La señorita Adora exige su presencia ahora mismo.—comunicó regulando su respiración.

El hombre abrió mucho los ojos, se había olvidado por completo de su esposa durante cuatro días enteros.

«Es todo, Arwen. Serás castrado». Se dijo así mismo.

—Enseguida voy, dile a los guardias a cargo de los pergaminos que dejen todo dentro de mi oficina y no molesten en lo que resta del día.—pidió, haciendo una reverencia de despedida y retomando su andar pero hacia su habitación.

Mientras tanto en la alcoba de los reyes, Adora se encontraba sentada en un cojín gigantesco con las piernas cruzadas, frente al espejo cepillandose su largo y liso cabello. Al terminar, dejó el cepillo en una mesita a su derecha y se contempló un rato más; sus ojos celestes recorrían su cuerpo con lentitud frente al espejo en esa posición, desde el peinado que ha llevado toda su vida hasta los dedos de sus pies, se detuvo por un momento en su pancita de 5 meses, muy abultada para su gusto.

Se sentía pesada, adolorida, regordeta y muy fea, había adquirido estrías gracias al embarazo y decir que era positivo que su busto haya aumentado sería una gran mentira. Le sofocaba.

Tocó su vientre, era extraño y completamente nuevo para ella sentir a alguien en su interior, alimentándose, creciendo. Le daba mucho miedo imaginar que algo le pasara.

Arwen abrió la puerta velozmente, preocupado por el llamado de su mujer.

—Hey...—la saludó, dándose el lujo de respirar. Adora se sonrojó.—Capela me dijo que me necesitabas ¿Te sientes bien? ¿Quieres que llame al médico?.

El hada de la luz le sonrió con timidez, apoyó sus manos en el suelo para tratar de levantarse, pero aún no estaba acostumbrada al peso extra. Su esposo fue corriendo a ayudarla, poniéndose detrás de ella y agarrándola por los brazos.

—Dime algo, me estás preocupado.—le dió la vuelta para quedar frente a frente.

Ella sin pensarlo lo abrazó, recostando su cabeza en el pecho de su marido, parecía una niña de esa forma. Arwen comenzó a acariciarle la espalda con suavidad.

—Arwen...

—¿Si?.

—¿Estoy gorda y por eso no quieres pasar tiempo conmigo?.

El rubio se sobresaltó ante esa pregunta, tanto así que la apartó para verla a la cara con una expresión de confusión. Adora hacia puchero, mirándolo con la cabeza gacha.

Winx Club. Nueva Generación: One-ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora