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El verano llegó, y las primeras semanas fueron las más duras. Eal se sentía solo, sus amigos estaban de vacaciones y él seguía en Madrid esperando a que llegara agosto, mes en cual se iría al este de España para disfrutar de la casa de verano que tenían en Alicante. 

Mientras estaba en Madrid salía solo a pasear por el parque cercano a su casa. No tenía miedo. A veces se paraba a hablar con un hombre de aspecto simpático y encorvado por la edad. Siempre estaba en una esquina de la calle, sentado en un banco, dando de comer algo de pan a las palomas que, en ese lugar, eran muy comunes. 

—¿Aburrido, niño? — Preguntó el hombre al chaval, que se sentó a su lado en el banco. 

—¿Es posible aburrirse demasiado? Creo que me estoy aburriendo del aburrimiento— Eal suspiró y el hombre le ofreció pan para alimentar a aquellos animales despreciados por la mayoría de habitantes de Madrid. 

—Bien dicho, pero, chico, ¿de verdad crees que yo sé algo? Aquí nadie sabe nada. Todos estamos ciegos. En vez de dejar que el aburrimiento venza, observa y libérate de la tela que tapa los ojos de muchas personas.— El anciano se levantó y dejó el resto del pan en el banco. Se despidió y a Eal no le dio tiempo de decir nada más. Él solo se quedó pensando en lo que aquel hombre acababa de decir. 

Vi-tí-li-go {Enfermos I}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora