ᴛʀᴇɪɴᴛᴀ ʏ ᴛʀᴇs

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Eal frunció el ceño ante las palabras de aquellas personas que por un tiempo pequeño fueron sus amigos.

—Al menos intentaré convencerla, a vosotros ni si quiera os ha importado. — Eal suspiró y subió las escaleras de la casa y giró por el pasillo hasta que dio con una puerta, en la cual estaba escrita "Lisa" con letras de madera.
Suspiró y llamó una vez. Solo un toque, porque nadie llama así, solo Eal. Era una de las cosas que le hicieron saber a Lisa que su amigo había llegado.

Lisa se sentó en la cama, ya que estaba tumbada, más rápidamente de lo que hizo nunca. Se secó algunas lágrimas que acababa de derramar por la soledad que estaba sintiendo en esos instantes y corrió a la puerta. Por el camino puede que tropezara un par de veces, a pesar de que el trayecto no era tan largo, pero se las apaño para llegar a la puerta.

Eal estaba sonriendo ante la puerta cerrada, podía sentir como su amiga iba a salir a recibirle en poco tiempo. Su amistad había mejorado considerablemente, cosa que los dos necesitaban. Supusieron que fue porque, ante la soledad, dos solos se hacen compañía.

—¡Eal! No sabes cuánto te he echado de menos— Lisa le enrolló en un abrazo de oso, casi dejando al chico sin respiración. Eal rió y aguantó la respiración, para luego devolverle el abrazo a su amiga.

—Yo también a tí, aunque solo fue ayer cuando nos vimos. — Era domingo, y cuando Iván, que estaba escuchando la conversación disimuladamente desde el sofá, se dio cuenta del día, se desanimó, pues eso quería decir que habían quedado, sin ellos. Esa sensación se fue cuando se obligó a centrarse en Clara, y en su pelo precioso, negro azabache.

Iván también escuchó risas y conversaciones sin sentido, de las que tenía con Eal cuando aún eran amigos.

Iván sentía que él mismo se iba, se iba. Se estaba yendo. Y se fue.



Vi-tí-li-go {Enfermos I}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora