ᴠᴇɪɴᴛɪᴛʀés

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Eal e Iván se quedaron hasta las dos de la madrugada en la azotea, disfrutando de todo y preocupándose por nada. No pensaron en el día, ni en la hora, ni tampoco en Clara.

—Admite que te encantaría perderte. Es divertido. —Se encontraban reclinados en el sofá, mirando las calle principal del barrio en el que Iván vivía. No pasaba, pero se podía sentir el movimiento de las almas, soñando a altas horas de la noche, jugando a ser otras personas. Y quizás era eso lo que hacía especial a Eal y a Iván, porque los dos notaban que aquello pasaba, cuando la mayoría de las personas no lo hace.

—¿Tú crees? Es estresante, no saber a dónde vas, de dónde vienes, dónde estás... —Eal se tomó unos segundos para reflexionar y sacudir la cabeza. —No, no me gustaría.

—¿No estamos todos perdidos? Yo estoy perdido. —Iván confesó. —Y busco, créeme que busco en cada rincón, pero aún no he encontrado. —Cuando Iván pronunció esa frase, los dos lados del pacto fallaron. Dijeron que nunca mentirían, pero los dos lo había hecho en una misma tarde. Irónico, ¿verdad? Las promesas están hechas para cumplirse, y, a menudo, se rompen incluso antes de tener ocasión de cumplirlas. Iván estaba encontrando. Seguía buscando algo, pero había encontrado. Encontrado a Eal. Eso parecía suficiente, sin embargo, no lo era. O eso le parecía en ese momento a él.

—Puedo ver qué estás mintiendo, pero lo dejaré pasar porque claramente es demasiado para tí— Eal pronunció esa frase que el moreno le había dicho antes e Iván sonrió de lado, pero no le miró. Eal a él tampoco, ¿A caso lo necesitaban en ese momento si sabían perfectamente qué pensaba el otro y que sentían ellos mismos?

Vi-tí-li-go {Enfermos I}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora