《Te ha embrujado》

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JiSoo y HanSol atravesaron el gran salón de camino hacia una de las escaleras que les permitía acceder a tres de las cuatro torres de la fortaleza. El agradable sonido de las joyas que el barón llevaba en la mano izquierda se perdió en el ruido que producían los sirvientes, limpiando y puliendo el suelo de madera del castillo.

Una vez limpio, más sirvientes se apresuraban con cubos de agua, lejía y cepillos ásperos, mientras otros amontonaban el junco sucio en un rincón para quemarlo.

En medio de todo aquel ajetreo, el senescal iba con prisa de un grupo de sirvientes a otro animándoles para que trabajaran mejor y más deprisa para satisfacer al barón del castillo.

—Al menos el senescal sabe quién es el nuevo señor —murmuró JiSoo entre dientes.

—Todos lo saben. Pero para algunos es más difícil aceptarlo.

—Será mejor para ellos que lo asimilen cuanto antes —replicó el barón, empezando a subir las escaleras—. Si hay algo que no soporto es la falta de limpieza.

—Tus caballeros lo saben bien, hermano. Y dudo que tu esposo tarde en aprenderlo.

—No es necesario que lo haga. Han se baña todos los días. La limpieza de sus habitaciones me hace pensar que era Lord JeongSeo, y no él, el culpable del deplorable estado del castillo.

Las pisadas de las botas de cuero resonaban rítmicamente mientras los hermanos subían la escalera que iba hacia la derecha. Si ellos hubieran intentado tomar la fortaleza por asalto hubiera sido una desventaja el hecho de que todos sus caballeros fueran diestros; resultaba mucho más fácil defender las escaleras que atacarlas, porque el muro de piedra impedía lanzar estocadas a los atacantes. Los defensores, en cambio, no tenían ese obstáculo. El filo de sus espadas sólo encontraría al enemigo y no al muro de la torre.

JiSoo subió los últimos tres escalones de una zancada y recorrió el pasillo que conducía a las dependencias de su esposo, ignorando las dos puertas que se abrieron a su paso. De una de ellas salió Lee; de la otra, JiHoon.

No tenía ganas de ver a ninguna de las dos. Lee le había disgustado desde el primer momento que la vio y, de hecho, ni siquiera cuidaba su higiene personal. Y tampoco le apetecía la compañía de JiHoon.

Irritado, el barón se dio cuenta de que una de las cosas que le gustaban de Han era que no parecía interesado en descubrir lo que contenían los cofres que trajo con él a la fortaleza.

En realidad, lo único que quería era cuidar de sus malditas plantas. Todavía le resultaba difícil creer que saliera solo de la fortaleza, arriesgando su propia seguridad, únicamente para recolectar unas extrañas hojas. Pero al parecer no había ninguna otra explicación para lo ocurrido.

JiSoo se preguntaba si unas horas de silencio habrían predispuesto al joven para hablar con él. Quizá las joyas que pretendía regalarle pudieran devolverle la alegría que parecían haber perdido sus ojos después de que lo encontrara en el bosque.

Cuando por fin llegó a la puerta de su esposo, se la encontró cerrada.

—Abre, Han —le ordenó, golpeando la gruesa madera con impaciencia—. Soy JiSoo.

Al no obtener ninguna respuesta llamó con más fuerza.

—Han, abre de una vez. —La fuerza de su puño hizo temblar la madera—. ¡Si no lo haces echaré abajo esta maldita puerta!

De pronto, la puerta se abrió de par en par.

—Han, tú y yo vamos a tener que establecer unas mínimas reglas de cortesía. Espero que....

Indómito《JiHan》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora