《Te amo, dulce hechicero》

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Un grave sonido surgió de la muchedumbre.

—Si no se nos devuelve vivo e intacto —continuó implacable—, se producirá una matanza tal, que no se olvidará en décadas.

El ruido se transformó en un rugido parecido al de una bestia a la que hubieran despertado.

—Daré caza a los reevers y a sus familias uno por uno, y los mataré allí donde los encuentre, ya sean hombres, mujeres o niños.

El sonido se tornó en un oscuro murmullo, como el de una bestia merodeando suelta.

—Quemaré sus casas, mataré a su ganado y envenenaré sus pozos. Echaré abajo sus cercas, acabaré con su caza y echaré sal a sus campos para que nada pueda volver a crecer jamás. Y entonces, ¡maldeciré las tierras para que sólo las habiten los fantasmas que yo mismo haya creado por no haberles dado la oportunidad de confesarse!

Un feroz grito de asentimiento resonó en el patio interior.

Despacio, la anciana Gwyn avanzó hasta detenerse ante el barón del castillo, viendo por primera vez lo que los vasallos ya habían visto.

De aquellos ojos negros protegidos por el yelmo de batalla, surgían ardientes lágrimas que caían incontenibles por las curtidas mejillas de normando.

—He esperado mil años para ver este día —musitó Gwyn.

Con movimientos rápidos y seguros, la anciana sujetó un pesado broche de plata en la negra capa de JiSoo. Cuando retrocedió, la luz del sol alcanzó la antigua insignia, haciendo que la cabeza de plata del lobo ardiera y que sus claros ojos de gemas transparentes centellearan como si tuvieran vida.

Un gran grito surgió de los vasallos cuando saludaron al lobo de los Glendruid.

Al amanecer, un grupo de caballeros montados sobre corceles de guerra se alejaron del castillo, galopando en dirección norte. Sus armas de acero resplandecían y sonaban con cada movimiento que hacían los caballos de batalla. Tras ellos, se izó el puente levadizo y las puertas se cerraron.

El lobo de los Glendruid se había ido a la guerra.

***

—No —dijo JiSoo con firmeza—. Te reconocerían y te darían muerte al instante. No vuelvas a mencionarlo. Si no fueras valioso para mí con vida, ya te habría matado en dos ocasiones.

SeungCheol y sus caballeros se habían encontrado con los normandos en el camino que conducía al norte. El Martillo Escocés y el Lobo de los Glendruid habían estado discutiendo desde entonces.

Exasperado, SeungCheol alzó la mirada hacia las ramas de los robles que les cubrían, como si esperara encontrar ayuda en las delicadas llamas verdes que ardían en sus extremos.

—Si no hay uno de los nuestros dentro de la empalizada cuando ataquemos —insistió el escocés hablando entre dientes—, Hannie podría ser asesinado antes de que el hombre que tengo infiltrado entre los reevers pueda impedirlo.

— ¿Crees que no lo sé? —Le espetó JiSoo—. Ésa es la razón por la que iré hasta allí en cuanto anochezca. Podré entrar a hurtadillas y...

— ¡Dios Santo! —estallaron HanSol y SeungCheol al unísono.

—No puedes hacer eso —continuó su hermano con dureza—. ¡Sólo tu tamaño te delatará!

—Eso sin mencionar esa gran pieza de plata que llevas en tu capa —masculló SeungCheol, mirando la cabeza de lobo con recelo.

—Barón —lo llamó Sven en voz baja—. Iré yo. Sabéis que ya he hecho cosas parecidas antes.

—A estas horas, ya te habrán echado en falta —argumentó el barón, con voz impaciente—. ¿Qué contestarás cuando te pregunten dónde has estado?

Indómito《JiHan》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora