《¿Ves la salvación de esta trampa?》

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JiSoo se despertó a mitad de la noche junto al suave y cálido cuerpo de Han, sintiendo que un terrible dolor de cabeza amenazaba con atravesarle el cráneo. Cuando abrió los ojos, incluso el tenue resplandor del fuego que se filtraba a través de los cortinajes que colgaban del dosel de la cama, le producía un terrible dolor. Sofocando un gemido, se apretó las sienes con las manos y se preguntó qué le habría pasado.

Al instante, Han se despertó y cogió la cesta de medicinas que había tenido a mano durante las muchas horas que su esposo había permanecido dormido. Sin perder un solo segundo, echó corteza en polvo en una jarra de agua que HanSol había cogido directamente del pozo, y que había llevado él mismo a la habitación de su hermano.

—Toma —dijo, ofreciéndole la bebida a JiSoo—. Bebe esto. Te aliviará el dolor de cabeza.

Él lo hizo sin vacilar, y, aunque la poción era amarga, no apartó la jarra hasta apurar el último sorbo.

Sin ser consciente de ello, Han dejó escapar un suspiro de alivio.

— ¿Pensabas que no iba a querer tomarme la medicina? —le preguntó JiSoo con expresión severa.

—Temía que pensaras lo mismo que HanSol al principio. —Al ver que él levantaba una ceja en señal de interrogación, le explicó—: Tu hermano creía que yo te había envenenado.

 

 

¡Envenenado!

JiSoo se incorporó de golpe, hizo un gesto de dolor, y murmuró algo en turco. Han se apresuró a arrodillarse a su lado y puso las manos sobre el amplio pecho masculino, intentando que volviera a tumbarse.

—No te levantes aún —le aconsejó—. Debes sentirte como si te hubieran clavado un hacha en la cabeza.

— ¡Sí! —gimió—. ¡Santo Dios, es exactamente así!

—Shhh... —Murmuró Han—. Si cierras los ojos te sentirás mejor. Ahora, hasta el leve resplandor del hogar debe parecerte una luz cegadora.

Al inclinarse para frotar las sienes de JiSoo, los pequeños cascabeles que Han llevaba enredados en su cabellera casi deshecha tintinearon.

—Así que sigues llevando las joyas que te regalé. —Las tinieblas que lo habían envuelto comenzaban a disiparse.

—Hasta que tú me las quites —asintió Han.

—Pero faltaste a la palabra que me diste de otra manera y te fuiste.

Las delicadas manos de JeongHan se detuvieron. Se alegraba de que JiSoo no pudiera verlo con claridad. Incluso aturdido por los efectos residuales del veneno, habría percibido su temor. Recordaba claramente sus palabras: «Yo sólo muestro clemencia una vez a la misma persona, Han. Jamás vuelvas a enfrentarte a mí»

Pero lo había hecho.

—La esposa de Sunho... —comenzó Han, volviendo a frotar las sienes de JiSoo.

—Me acuerdo —le interrumpió—. Un parto largo y complicado. ¿Cómo está?

—No lo sé. HanSol no deja que nadie entre ni salga de esta habitación, excepto él mismo. Ahora está fuera, en el pasillo, durmiendo.

— ¿Te necesita todavía esa mujer? —se interesó.

Han se preguntaba qué estaría pensando JiSoo. Su voz no le delataba, ni tampoco su cuerpo. Volvía a tener pleno control de sí mismo.

Indómito《JiHan》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora