8. El roce de tu piel

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..."Y es que no hay droga más dura

Que el amor sin medida

Es que no hay droga más dura que el roce de tu piel

Y es que no hay nada mejor

Que tener tu sabor corriendo por mis venas

Nada mejor que el roce de tu piel..."


El sol entraba a raudales a través de las cortinas que habían quedado descorridas la noche anterior. La perrita dormía plácidamente en su cesta y Daniel se despertó, sintiéndose extraño. Al principio no recordó donde estaba. No estaba en el duro suelo, de eso estaba seguro. Entonces Anna se revolvió entre sus brazos, en su sueño y todo lo ocurrido la noche anterior volvió a su mente, haciéndole sonreír, feliz.

La miró, allí tranquila y confiada en su abrazo, profundamente dormida, con la boca entreabierta, aún un poco hinchada y roja, a causa de la pasión de la noche. Era preciosa. Su dama. Su diosa. El pelo le caía por la cara y se lo apartó con la mano, para poder verla mejor. La abrazó más, con cuidado, queriendo volver a fundirse hasta la médula de sus huesos, con ella.

Alzó la vista por encima de su cabeza, para encontrarse con la mirada limpia de Pablo, en la foto –"Compañero" –pensó mirando la fotografía, sin dejar de abrazar a Anna. –"No te conocí y lo siento. Por todo lo que me han contado, parecías buena gente." –suspiró, besó a Anna en el pelo y volvió a mirar la foto. –"Te prometo que voy a cuidarla como a mi propia vida. Lo juro por lo más sagrado para mí, que son mis hijas. Te lo prometo compañero, porque sé que eres tú, quien desde donde quiera que estés, la has puesto en mi vida y en mis brazos. Gracias".

En ese momento ella comenzó a despertarse y lo miró con sus enormes ojos castaños cargados de cariño. Sonrió ampliamente. –Buenos días. –le echó a atrás su rebelde mechón de la frente y comenzó a jugar con su pelo, sin dejar de mirarlo.

-Buenos días. –respondió roncamente él, mirándola tan fijamente como ella a él.

Ella bajó las manos hasta enlazarlas otra vez en su cuello, el lanzó un suspiro al perder el placer que provocaba en su cuero cabelludo.

-¿Y ahora qué? –preguntó sencillamente Anna.

Daniel frunció el ceño sin dejar de mirarla. –No lo sé. Seguir, supongo y el tiempo dirá. –empezó a acariciarle la espalda, notando su cabello contra sus dedos, tratando de no tirar de él. –Deseaba hacer esto desde que te conocí, pero como te dije anoche, no soy hombre de revolcones. Nunca lo he sido. Si esto ha pasado es para seguir. –tragó saliva. –No me atrevo a hacerte ninguna promesa, porque no tengo nada para darte...

-Nunca te he pedido nada. –replicó ella, seria. –Pero tienes razón, yo también creo que lo mejor es no pedir nada que el tiempo no nos quiera dar. –le dio un ligero beso y se deshizo de su abrazo. –Y lo primero que nos va a dar, es de comer. Estoy muerta de hambre.

Anna se levantó, desnuda y caminó hacia donde él había dejado su albornoz la noche anterior y se lo puso, para encaminarse hacia el baño. El la siguió desnudo, pescando la toalla del suelo al pasar.

Se ducharon juntos, untándose el jabón morosamente por todo el cuerpo, volviendo a explorar y aprender cada rincón, sin dejar de besarse. Se lavaron la cabeza el uno al otro con intimidad y cuidado y se secaron y asearon en el lavabo doble. Anna sacó un cepillo de dientes nuevo de un cajón y se lo tendió con una sonrisa. Era una bella bienvenida a su casa y a su vida. Después Daniel se fue al cuarto de invitados para vestirse.

Segundas Vidas (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora