..."Hay tipos con mucha clase
Y otros que necesitan alguna particular,
Pero nos une en este sitio algo que flota en el aire,
El juego no ha hecho más que empezar
País del Sur, siempre la luz alumbra mi ciudad.
País del Sur, siempre la luz.
País del Sur, siempre la luz, brilla en la oscuridad.
País del Sur..."
Anna llegó al comedor temprano aquel día, semanas después de su salida con Daniel. Necesitaba poner algunas cosas al día y se dirigió a la oficina después de saludar con la mano a Miguel, Enriqueta, Teresa y Antonio, que ya se afanaban en la cocina que se veía tras el mostrador del buffet.
Al abrir la puerta, vio a Daniel sentado en el suelo, tras el escritorio de Marta, con la torre del ordenador abierta y un montón de piezas diseminadas a su alrededor.
-Hola. –la saludó desde el suelo, con un destornillador en una mano y una pequeña pieza negra, unida a un cable, en la otra.
-¿Qué demonios estás haciendo? –respondió ella mirándolo atónita.
Daniel se puso en pie, mirando la pieza que tenía en la mano y le sonrió antes de hablar. Sus heridas ya se habían curado y volvía a tener el aspecto de siempre. –Arreglar el ordenador de Marta. Se le estropeó ayer y le estoy echando un vistazo. –le mostró la pieza rota. –Se le ha ido la fuente de alimentación. Tiene arreglo, pero habrá que comprar otra.
-Hay un taller de reparación de ordenadores aquí cerca. –informó ella. –Te acompañaré a comprar otra.
Él se caló su sempiterno gorro gris y salió a grandes zancadas de la oficina. Ya en el comedor se volvió a mirarla. -¿Vamos?
-Vamos. –replicó ella volviéndose sobre sus talones y saliendo también de la pequeña oficina.
La tienda estaba dos calles más abajo y tenía aspecto antiguo. El dueño, un hombre de mediana edad y cabello blanco, estaba detrás del mostrador.
-Hola Tomás. –saludó Anna con familiaridad. Lo conocía de toda la vida. Aquel taller llevaba en el barrio más de treinta años, capeando viento y marea, resistiéndose a cerrar, como tantos otros negocios, la mayoría de ellos sí que habían tenido que echar el pestillo.
-Hola Anna. –replicó Tomás con una sonrisa. – ¿Qué se te ofrece? –el hombre se inclinó sobre el mostrador y puso las manos encima de él.
Anna señaló a su acompañante. –Este es mi amigo Daniel. Es informático, como tú y le está arreglando el ordenador a Marta y necesita una pieza.
-Una fuente de alimentación. –informó Daniel poniendo la pieza rota sobre el mostrador para que Tomás la inspeccionara. El hombre frunció levemente el ceño sin decir nada. Cada día eran más los manitas que venían a comprarle piezas en vez de traerle los ordenadores para que los reparase el, aunque en el caso del comedor social, no podía reprochárselo. Tenían que ahorrar todo lo que pudieran para destinarlo a otros menesteres.
-Creo que tengo ese modelo. Es antiguo. –se volvió para entrar en la trastienda. –Anna, deberíais pensar en cambiar ese cacharro. Seguro que os va a pedales. Tengo buenas ofertas en portátiles y os haría precio de amigo. Lo sabes. –le llegó la voz desde el taller en la trastienda, mientras se oía como Tomás revolvía allí dentro. Se escuchó una segunda voz, joven, masculina, pero no llegaron a entender que decía. Unos minutos después, volvió a salir Tomás con un blíster con la pieza en la mano. Anna estaba curioseando entre los teléfonos móviles que había expuestos en la pared derecha del local.
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Segundas Vidas (COMPLETA)
DragosteAnna y Daniel, ella viuda precoz, el desahuciado de su casa y de la vida. Se conocen en un comedor social donde ella es voluntaria y el usuario. Entre ollas y cartones nace una historia de amor de hoy en día, marcada por la crisis, las penurias, las...