2. El mismo hombre

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 ..."Sigo siendo el mismo hombre,

con algunos años más, 

en la misma piel que un día,

me obligasteis a arriesgar."...



Daniel era nuevo en aquel sitio enorme y atestado de gente como él, desahuciados de la vida y de la sociedad. Una vez más se sintió solo, tremendamente solo, aun rodeado de sus semejantes, como se encontraba en aquel momento.

Entonces la vio. Alta, esbelta, rubia y elegante, con su moño sencillo y sus pantalones y blusa beige. Tendría unos treinta y cinco años, pero su mirada castaña parecía mucho más vieja. Se preguntó que acontecimiento de su vida la hizo tener una mirada así.

La mujer gritó la misma frase tres veces y los parroquianos se alinearon de forma correcta para iniciar la recogida de su comida. Daniel aferró su vaso de agua, sintiéndose extraño, vacío por dentro, falto de vida.

De repente pensó que le recordaba vagamente a Sara. Sara, que se marchó con sus dos hijas a las islas en busca de un trabajo y una vida mejor. Sara, su ex esposa, cuyo matrimonio estaba roto desde mucho antes de su despido en la promotora en la que había trabajado hasta que ésta se fue a la quiebra, perdón, concurso de acreedores, como se le llama ahora, por culpa de una subcontrata que salió mal y por culpa de la puñetera crisis, que tantas vidas había dejado desnudas y miserables.

-Perdona. Creo que eres nuevo. Si quieres puedo ayudarte a orientarte un poco. -La voz suave y grave de ella lo dejó petrificado. No la había oído acercarse con todo el barullo. Tardó unos instantes en entender lo que le decía. Alzó la vista justo cuando ella le preguntaba algo más. -¿Cómo te llamas?

Notó perfectamente como ella contenía la respiración mientras él la observaba. Sonrió apenas, socarrón. -Daniel, me llamo Daniel. Y será un placer que me guíes en este pandemónium que tenéis aquí montado.

Ella correspondió cálidamente a su sonrisa, al tiempo que acomodaba con la mano un mechón detrás de la oreja. -Yo soy Anna. Hago trabajo voluntario aquí, como puedes ver.

La siguió, mientras ella le explicaba de forma eficiente cómo funcionaba todo. Así volvieron unos minutos después a la mesa, cargados de comida y bebida, Anna no había almorzado aún y ese día, contrariando su costumbre, decidió comer con el misterioso desconocido

Casi sin darse cuenta, le contó quien era y lo que su difunto marido había hecho por aquel local, antes casi ruinoso. Había algo en aquel hombre que la impelía a hablar, a desahogarse, tal vez fuera su aguda mirada o su sonrisa amable, le contó todo, todo salía de su interior como un chorro de agua hirviendo, dolorosa y sanadora, dejándola vacía y extrañamente feliz.

El la miró con comprensión, no le dijo que lo sentía por ella, no era necesario, sus ojos lo dijeron por su boca, mientras no dejaba d mirarla directamente a los ojos, mirada triste, inquisitiva, amable y penetrante como un halcón al acecho.

-Yo no he estado así toda mi vida. –empezó, mostrándole las palmas d las manos, encallecidas y bien cuidadas a pesar d su vida nómada. –Una vez tuve una vida, una casa hipotecada como todo hijo de vecino, una mujer, dos hijas... No soy un don nadie. Soy ingeniero d sistemas... informático, trabajaba en una multinacional, manteniendo equipos, ruters... Pero vino la burbuja inmobiliaria y se ganaba mucho más en la obra, así que dejé la empresa y empecé a trabajar como albañil en una promotora. Cuando la crisis nos estalló en la cara, la empresa quebró y me vi en la calle, con deudas y una familia que mantener. –la volvió a mirar, con infinita tristeza en sus ojos. –Se acabó el paro, se acabó la ayuda familiar, intenté volver a mi antigua empresa, pero no quisieron saber nada de mí, como en todas las puertas que toqué. Y tras años de discusiones y peleas, un buen día, mi mujer me pidió el divorcio y se fue a las islas en busca de un futuro mejor. Me desahuciaron de mi casa y me vi durmiendo en la calle. Haciendo pequeñas chapuzas de vez en cuando, pero nunca teniendo lo suficiente más que para vivir unos cuantos días. Un conocido me habló de este lugar. –abarcó el local con un gesto de la mano. –Y aquí estoy.

Segundas Vidas (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora