20. Por un beso

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"...Prefiero ser comida de lobos,

a quemar mi vida pidiendo perdón,

por ser idiota solo una noche,

y hacer un derroche de escaso valor...

...por un beso no importa morir,

si es tuyo mi amor,

por un beso no importa morir,

si es tuyo mi amor..."


Pasó una semana y al fin dieron el alta a Anna. Ella le pidió a Daniel que volviera con ella a su casa y dejara el hostal, cosa que el hizo inmediatamente. El la metió en la casa en sus poderosos brazos, pues a Anna aún le costaba andar con las muletas que le había comprado su madre, puesto que en el hospital no las facilitaban. Amelia pasó detrás de ellos con una bolsa de papel en una mano, con las pertenencias de Anna y las muletas en la otra. Fueron derechos al salón, donde Daniel depositó su carga con ternura infinita y Amelia le puso las muletas al lado, para acto seguido ir al lavadero a depositar la bolsa, para que Belén la asistenta o el mismo Daniel, lavasen la ropa de Anna.

Tras preguntar si necesitaban algo y ante la respuesta negativa de Daniel, la madre de Anna se marchó, dándoles un abrazo a cada uno, dejándolos solos. Era casi de noche, pues el papeleo del alta se había demorado en el hospital. Daniel fue a la cocina a preparar la cena mientras Anna se quedaba en el sofá, viendo la tele.

Comieron con cierta incomodidad, pues ambos sabían que por fin había llegado el momento de la verdad. Ya no valía esconderse tras la estancia de Anna en el hospital y sus múltiples visitas, incluso de usuarios del comedor, para callar. Tenían que hablar... y mucho.

Daniel recogió los restos de la cena y puso el lavavajillas. Al volver, se sentó en el sofá junto a Anna, mirándola muy serio.

-¿Qué pasó la noche en que tuviste el accidente? –preguntó. Anna se revolvió incómoda. Odiaba pensar en esa noche.

-Me sentía como un animal enjaulado en esta casa. –con la mano abarcó todo a su alrededor. –No sabía si ibas a volver. Creía que no... -lo miró con ansiedad. –Y me arreglé para irme de fiesta un rato. Lo hice yo sola. Si un hombre puede, ¿por qué yo no?

Daniel asintió con la cabeza. –No necesitas ponerte a la defensiva conmigo, mi dama. No te estoy reprochando nada. Sólo quiero saber cómo te sentías aquella noche. Qué fue lo que pasó.

Anna tomó aire con fuerza. –Me fui a bailar y como suele pasar, se me acercaron varios moscones a los que tuve que espantar. –Daniel se sintió celoso a su pesar, pero mantuvo su rostro serio, escuchando. –Me apetecía emborracharme, en serio, pero tenía que volver conduciendo, así que me tomé varios cócteles sin alcohol. –movió la cabeza. –Aquella salida fue un error. Salí de la discoteca sintiéndome peor que antes. Así que monté en el coche y me dispuse a regresar a casa y... Bueno, el resto ya lo conoces.

Se produjo un silencio tenso durante varios minutos. Daniel estaba haciendo acopio de fuerzas para contarle lo que tenía que relatar. No era fácil, nada fácil, así que decidió soltarlo a bocajarro. –Yo también tuve que espantar a varias mosconas en las islas...Yo... yo estuve a punto de acostarme con Sara... -la miró con ansiedad. –Pero no lo hice. Cuando nos estábamos besando en mi hostal, bastante borrachos, no podía dejar de pensar en ti. Y no pude, simplemente no pude hacerlo...

Al escuchar aquello, la mano de Anna salió disparada, como si tuviera vida propia, estrellándose contra la cara de Daniel en una sonora bofetada que lo dejó noqueado durante unos momentos. Entonces él le agarró la cara con fuerza, haciéndole daño y la besó con una fiereza que resumía toda su frustración. Ella, trató de resistirse, de alejarlo con violencia, arañándole el cuello, pero pasados unos segundos, a su pesar le respondió, mordiendo sus labios y enredando su boca con la de él. Empezaron a hacer el amor como un acto de castigo, más que como un acto de amor. Se desgarraron la ropa el uno al otro, besando, mordiendo y arañando la piel con saña y venganza. Buscando en el dolor, un medio de redención y una penitencia. En el fragor de la batalla, ambos cayeron al suelo desde el sofá y Anna dio un grito al notar como el dolor traspasaba su pierna escayolada. Pero Daniel la ignoró y siguió chupando sus pezones, mordiéndolos, produciéndolo un dolor que era placer y un placer que era dolor. Alzó la cabeza y la miró como si no la viera. La tenía atrapada bajo su peso y no podía, ni quería escapar. Volvió a besarla con rabia mientras ella arañaba su espalda dejando surcos de sangre y al momento, le alzó el trasero para penetrarla de una forma violenta y feroz, como si buscara castigarla y castigarse a sí mismo a la vez. Los fuertes empellones al principio le hicieron daño, pero después despertaron en ella un placer que hasta ese momento, nunca había sentido, haciéndolos tener a ambos un orgasmo tan brutal, como demoledor, ahuyentando así todos sus demonios y dejándolos vacíos y exhaustos.

Cuando por fin se pudo mover, Daniel se quitó de encima de Anna, colocándose a su lado sobre la alfombra. Ella parecía dormida o al menos tenía los ojos cerrados, como si no quisiera verlo. Pero al notar su mirada sobre ella, abrió lentamente los ojos y lo miró con expresión indefinida. Daniel notó el calor de su cuerpo desnudo a través del corto espacio que había entre ellos, atrapados entre el sofá y la mesita baja, delante de éste. No podía hablar, no tenía palabras justo después de hacer el amor con violencia, fiereza, venganza y dolor, a pesar de que la pierna de Anna aún estaba sanando. Alargó los brazos para atraerla hacia sí y besó su cabello dorado mientras ella acomodaba la cabeza en su hombro con un suspiro. El seguía luchando por encontrar su voz. Cuando pudo hacerlo, empezó a hablar, roncamente.

-Te amo. –ella alzó los ojos sorprendidos. –Te amo, mi dama. –sonrió ampliamente, perdiéndose en sus ojos. –Digo que te amo; no solo que te quiero. Es muy fácil querer a alguien. Se quieren hasta a los animales. –señaló con la cabeza hacia el rincón donde la perrita Deanna dormía echada en un rincón de la alfombra. –Pero amar... amar es más difícil. Con suerte se consigue una vez o dos en la vida. Amar es darlo todo por otra persona. Querer fundirse con ella, traspasar los límites de la piel y hacerse uno con los huesos y el corazón. Como acabamos de hacer. Amar es temer toda clase de peligros y estar al acecho para hacerles frente, para que no toquen a la persona que amas. Y en éste mundo, solo amo a mis hijas... y a ti. Sara está fuera de mi vida... para siempre. Te lo juro. –le dio un pequeño beso en la nariz. Anna notó como los ojos de ella se llenaban de lágrimas.

-Tienes razón, mi Quijote. –dijo con voz quebrada por la emoción. –Ese sentimiento tan sólo se consigue unas pocas veces en la vida. Yo amé a Pablo con toda mi alma. Creí que la perdía cuando murió. Como creí perderla contigo, la noche en que te marchaste. –lo miró con expresión soñadora. –Pero tú me la devolviste el día que entraste en el comedor. Y ahora que has regresado, has vuelto a devolvérmela. Eres mi vida. Eres mi alma y... te amo Daniel. –de improviso, sus manos fueron derechas una a su cabello y la otra a sus genitales, tirando salvajemente de ambos. –Pero como se te ocurra hacer otra vez algo así, te quedas sin éstas dos cosas. –lo miró con fiereza, mientras él se retorcía de dolor. –Y te aseguro que no pienso ser nada quirúrgica. –lo soltó y Daniel se masajeó ambas zonas.

-Puedes estar tranquila. No hay ni habrá nadie más que tú. Eres el centro de mi universo, Anna. La miró con cierto resentimiento, sin embargo. No esperaba aquel arrebato violento por parte de ella. Su mirada se fue suavizando, mirándola de arriba abajo con todo el amor y la admiración que le despertaba.

Se fundieron entonces en un beso largo, dulce, de amor puro, purgados todos sus temores y sus culpas. Después, Daniel se puso en pie y la levantó en sus brazos, sin dejar de besarla, subió las escaleras y una vez en el dormitorio la depositó en la cama con ternura exquisita, volviendo a hacerle el amor esta vez con delicada y dulce pasión.


Estaban en la cocina, aún doloridos por lo que habían hecho la noche anterior. Daniel estaba preparando el desayuno y alcanzó un tarro de miel de la alacena y lo abrió con cierto esfuerzo. Antes de echar una cucharada en la leche para Anna, que lo miraba, sentada frente a la isla de la cocina, con la pierna escayolada apoyada en un taburete y las muletas apoyadas sobre la isla, a su lado. El metió un dedo en el tarro y se lo chupó con fruición. De repente, tras de sí, escuchó como ella empezaba a reír a carcajadas. Daniel echó un par de cucharadas en la leche caliente y se la acercó, alzando una ceja en muda pregunta ante su inesperada hilaridad. Mientras se sentaba frente a ella, con un plato de tostadas frente a ellos.

-Perdona, ha sido una cosa muy tonta que se me ha venido a la cabeza.-se sonrojó al mirarlo, tomando un sorbo de leche caliente. –Cuando has metido el dedo en el tarro se me ha ocurrido algo ridículo y erótico al mismo tiempo.

-Cuéntame. –inquirió el, apoyando los codos en la encimera, mirándola fijamente.

-Bueno... -su sonrojo subía de tono, tanto por el calor de la leche, como por lo que trataba de explicar. -¿Sabes cómo le llaman al sexo femenino en Escocia?

El volvió a alzar la ceja ante la extraña pregunta. De pronto cayó en la cuenta de lo que ella quería decir y prorrumpió en sonoras carcajadas.

–Eres la leche, mi dama. Claro que se cómo le llaman al sexo femenino en Escocia. Yo también vi esa película. Tarro de miel: Honeypot.

Ambos siguieron riendo tanto, que se les saltaron las lágrimas

Segundas Vidas (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora